Pura poesía

Una poesía esférica, en fin, en la que sobrevuela cual enjambre colmenero, el recuerdo de los aromas de musgo fresco (...)

Falleció hace unos días Pura López Cortés, una admirada poeta almeriense, de la que recuerdo augurarle a su primo Chipo, décadas ha, que no se valoraría su talento, hasta que en el futuro alguien reabra la luz de su ternura poética. Acá y acullá, somos así. Maestra, como A. Machado, quizá su referente preferido, junto con M. Hernández, A. Storni o J. Martí, y experta en lengua y literatura, se autodefinía como poeta comprometida: una voz de los sin voz ante los abusos, aunque no sometida a partido alguno. Pero su mejor lírica, a mi gusto, volaba al pairo de esa sensibilidad especial que tenía, igual para hacer hablar a las brisas que para interpelarnos a sus lectores sobre los sortilegios clorofílicos de las flores campesinas. Unas habilidades acaso inextricables sin conocer sus debilidades, desde su timidez y despiste crónico, por el humor absurdo, los juguetes de lata o la arqueología. O su indomable desapego a la tiranía del reloj, su repugnancia por la mentira, por la violencia, la prepotencia, la intolerancia y su tozuda vindicación de la libertad de equivocarse.

Desde tan diáfanas claridades, nos ha legado un extenso poemario de cadencias armoniosas, sencillas, de metáforas transparentes y rima sonorosa, colorista, juguetona, festiva, en forma de nanas o de estampas humanas de amplio espectro, que brincan, como un rayo, entre los rincones más sensibles del alma lectora. Un alarde de pura poesía. De poeta pura, cuya lectura sosegada, acaba emocionando. Digna, pues, de aquella reflexión de Borges, para distinguir verso y prosa, porque en ésta, el lector espera argumentos o información, mientras que el verso, ay, o el verso emociona o no es verso. Una emoción que Pura insuflaba queriendo «guardar en su estuche / la primavera» o al confesarnos que tenía «un barquito en el puerto / de azúcar y azulete / y para hacerme a la mar / solo me falta un grumete / que tenga risa de sal / y espíritu aventurero y ganas de navegar / los mares todos enteros». Un ensamblaje poético dispar, a veces clamando por la rebeldía, a veces armonizando conciencias, en el que sobrevuelan ecos desenfadados de soles atardecidos y cierta plenitud asilvestrada. Una poesía esférica, en fin, en la que sobrevuela cual enjambre colmenero, el recuerdo de los aromas de musgo fresco, de azul romero, a hierbabuena y flor de albahaca que tanto gozaba en la Alhama que cobija su recuerdo para la historia.

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