En el inicio de la invasión de Ucrania empezó a aparecer un misterioso anagrama en los tanques rusos -una Z, a veces una V- que pronto se extendió a uniformes y edificios. Las primeras explicaciones de ese extraño símbolo, un carácter que ni tan siquiera pertenece al alfabeto cirílico, tenían cierta lógica: de lo que se trataba era de dotar de una señal identificativa a las tropas invasoras. Así como el Ejército soviético, con su hoz y su martillo, fue mundialmente reconocible, el de la Rusia moderna, que hace malabares ideológicos, carecía de un emblema inequívoco. Era inquietante observar esa larguísima fila de carros de combate, cada uno con su Z en el lomo, cual gigantesca manada de Zalduendo dispuesta a empitonar toda razón en la tierra ucraniana.

Al paso de los días, los argumentos comenzaron a ser más imaginativos: la Z, decían, alude a Zelenski y la V a Vladimir Putin. Al cabo, el Ministerio de Defensa ruso fijó doctrina oficial: la Z proviene de la expresión "Za pobedy" ("por la victoria") y la V quiere reclamar "el poder de la verdad".

Sea como fuere, la famosa Z ha terminado rebasando el ámbito militar y se ha convertido en signo de apoyo público a la infamia rusa. Se multiplica en carteles y banderolas, se dibuja en calles y casas, se luce con orgullo en colgantes y camisetas. Menos romántica que la z que los griegos vincularon al asesinato de Lambrakis, sustenta ya hoy una maquinaria de mercadotecnia que ha comenzado a rodar dentro y fuera de Rusia.

Puestos a buscarle sentidos cifrados, se me ocurren unos cuantos. La Z, que podría ser de zar, acaso bosqueja una incipiente cruz gamada. O, ¿por qué no?, tal vez esconda una amenaza apocalíptica: de alfa a omega, de a a z, se acaban los tiempos. Putin marca así su voluntad de cerrar un ciclo y lo hace, en metáfora pavorosa, con la última letra del abecedario occidental. A saber lo que se cuece en la cabeza de un loco que, para mayor riesgo, acaricia el botón de la nada. Por no dramatizar me quedo con mi particular impresión: por los llanos de Ucrania cabalga una legión de zurriburris -esta z los define mejor- que desprecian la vida, ignoran las reglas de la guerra e imponen su sanguinario capricho. Está por ver si Putin, con el órdago de su Z conclusiva, sólo ha presagiado el destino de su propio futuro. Ojalá. Y que ese intuido auto augurio, para calma de un mundo harto de visionarios, se cumpla pronto.

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