El caso es quejarse. Dicen que el mes de julio ha sido el más caluroso de toda la vida, vamos, desde que hay registros de temperatura. Sin embargo en Almería ha sido uno de los más benévolos de los últimos lustros. Bueno, pues nos quejamos amargamente porque hay mucha humedad. Lógico, para que baje la temperatura en la capital tiene que soplar poniente y el poniente trae humedad porque viene del mar, mientras que el levante viene a través del desierto de Tabernas y llega aquí más seco que un traspillo. Hemos dicho poniente porque es nuestra costumbre, pero en realidad, con ese apelativo englobamos a vientos del sur y del suroeste que son más comunes en nuestra costa. Especialmente el suroeste, como lo prueba el hecho de que tiene nombre propio: lebeche. Y no como el sur que parece inclusero.

El caso es quejarse. Estos días había en Almería, tanto de madrugada como a mediodía, siete u ocho grados menos que en Málaga. (Por cierto, allí también tienen un "excelente" viento con nombre propio: el terral, que es un suroeste o poniente anortado; les llega berreando porque no viene desde el mar como aquí, sino desde Sevilla. Y esa es una de las mayores razones por la que los malagueños les tienen tanto cariño a Sevilla). Entonces, ¿por qué nos quejamos? Tenemos un par de teorías: primera y fundamental, por vicio. Una tierra tradicionalmente pobre siempre tiene motivos de queja. Segunda, porque se suda.

Es cierto que se suda, pero también lo es que el sudor al evaporarse refresca. Una cosa similar al principio refrigerador del botijo. Ya lo decía don Hilarión en La Verbena de la Paloma: "He leído que el que suda vence toda enfermedad". Y es que en aquellos tiempos se curaba la gripe, el catarro y múltiples enfermedades a base de sudar, para lo cual se metía al enfermo en la cama, bien arropado así fuera agosto, y copa de coñac va, copa de coñac viene,, hasta que se derretía el virus, la bacteria y hasta el colchón de lana o borra. Hemos puesto coñac porque entonces estaba permitido usar esta palabra para el brandy; las denominaciones de origen apenas existían o no tenían mucha fuerza legal.

El caso es quejarse. Así que si cambia el viento, llega la levantá y hay que ir a la Feria con un chaleco relleno de cubitos de hielo, las quejas se van a escuchar en el cerro de san Cristóbal. Se ve que despotricar alivia lo suyo.

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