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Utopías posibles

Luis Ibáñez

¿Queremos un pacto educativo?

Sabemos desde hace mucho que la mejor manera de trabajar los contenidos académicos es mediante la interacción

Lo fácil hubiera sido un titular en afirmativo, sin interrogación. Si afirmo que "queremos un pacto educativo", es muy sencillo dar motivos (bastante conocidos, además) sobre la inestabilidad del sistema, lo politizada que está la educación, los malos resultados académicos… y el aplauso está garantizado. Todo muy propio de este tiempo relativista y postmoderno que nos ha tocado vivir, donde parece que lo importante son las formas, y en absoluto el contenido.

Por supuesto que queremos un pacto educativo. Lo dicen los de derechas y los de izquierdas, los del norte y los del sur, lo dice la calle y la clase política. Pero cuidado, debemos mirar la letra pequeña, antes de firmar.

Queremos un pacto educativo que recoja las mejores propuestas, las mejores medidas educativas que se conocen a nivel internacional, extendiendo también las mejores actuaciones de éxito y buenas prácticas que hay en nuestro país (que las hay, a montones). Un pacto de este tipo tiene necesariamente que centrarse en los problemas reales y profundos que afectan a las aulas, que se pueden resumir brevemente en dos: mejora de los aprendizajes y de la convivencia, dejando a un lado los habituales debates estériles sobre si la religión puntúa o no en el expediente, sobre las lenguas cooficiales o la asignatura de educación para la ciudadanía, por poner solo algunos ejemplos. Hay que separar lo importante de lo accesorio, y en demasiadas ocasiones nos intentan confundir con cuestiones que no son las primordiales. Sabemos desde hace mucho que la mejor manera de trabajar los contenidos académicos es mediante la interacción, la democracia y la apertura al entorno. Sabemos que la separación por niveles académicos y los itinerarios tempranos no funcionan. Disponemos de más información que nunca, accesible a toda la ciudadanía, por lo que hay que exigir que las mejores prácticas conocidas a nivel mundial se instauren en nuestro sistema.

De no ser así, si no nos dicen de dónde han salido las medidas que se proponen y sobre todo cuáles son sus efectos en los contextos donde se hayan aplicado, es preferible que no haya pacto. Prefiero mantener la esperanza de que algún día se hagan las cosas bien (en el corto o medio plazo), a tener otro refrito de ideas contradictorias reflejadas en una ley que tendríamos que sufrir durante los próximos veinte años, por estar pactada. ¿Firmaría usted cualquier pacto?

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