En el lugar en el que a veces flotan los aviones, ahora clarea la luna, mientras la tarde, despacio, se encamina sin tregua hacia poniente. Atraviesan el aire los insectos, zumbando como proyectiles muy cerca de mi cabeza. Algunos, los que no me da tiempo a esquivar, se estampan contra las gafas que me regalaste allá por Navidad. Mirando cómo se desliza junto a las ruedas la línea continua, conduzco distraído sin poder olvidar todo lo que ha pasado. El casco amortigua el ruido de la carretera, el sonido metálico del motor de baja cilindrada de mi Vespa, que se tambalea levemente con la sacudida que provoca la estela que tras de sí deja una camioneta antigua con la que me acabo de cruzar. Me consuelo pensando en los muchos años que hemos dejado atrás y en las cosas que hemos hecho bien. Algunas muy bien, diría yo. El recuerdo de lo sucedido el fin de semana en Londres me ha dejado un regusto de tristeza que digiero como puedo y a duras penas. No ha pasado tanto tiempo desde que éramos nosotros quienes paseábamos por ese puente, los dos abrazados, con los abrigos calados hasta el cuello, intentando escabullirnos del frío húmedo que calaba los huesos, salpicados con el agua turbia del Támesis.

Llevas toda la razón. Nada de esto tiene sentido y no quiero ni puedo acostumbrarme a la barbarie ni al miedo. Siempre he creído que la vida que le vamos a dejar a Mario será mejor que la nuestra. Pero quizá me equivoque. Lo que es seguro es que su mundo va a ser distinto al que nosotros conocimos. No sé qué ciudad será para él la que para nosotros fue Granada, pero lo que tengo claro es que poco a poco se nos hace mayor y, por más que nos pese, cada vez más independiente. Así que será lo que él quiera ser. Dios quiera que tenga tanta suerte como la que hasta ahora hemos tenido nosotros. Llegaré a casa pronto, en unos minutos. Hoy nos vamos a sentar en el sofá de la terraza. te apretaré por la cintura haciendo hueco entre los cojines blancos, y dejaremos que Mario descanse a nuestro lado después de lo mucho que le han hecho trabajar estas semanas. Amusgaré los ojos mientras el sol se retira por detrás de la montaña, reflejado en el mar rizado que se acerca a los acantilados. Y así nos quedaremos un rato, en silencio, dando gracias por todo lo que se nos ha regalado, y acordándonos de lo mucho que todos hemos perdido en Londres este fin de semana pasado.

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