Rastros

Los usureros del valor quieren incunables revalorizables que compren a ganga y vendan a pico

Andrés Trapiello baja religiosamente las cuestas cada domimgo para luego subirlas. De misa dominical en ayunas al alba en el templo de las calles del Rastro de Madrid. Su rito es extraño, el inverso, primero buscar, y luego encontrar, el café. Andrés Trapiello, de miles de libros, el suyo más denostado por mí, la reescritura del Quijote, busca más, ajenos y hace la crónica de no encontrar. El único fallo que tiene el Rastro de Madrid es que está lejos de mí y en domingo, fatal para la vuelta a un sitio tan lejano, Almería. Las provincias son sitios que no tienen Rastro de Madrid ni Andrés Trapiello buscando algo sin desayunar. El Rastro, dicen, empieza en la Plaza de Cascorro. Cascorro no es ese militar de la estatua sino el lugar de la batalla. Él es el héroe de la batalla de Cascorro, Eloy Gonzalo, héroe de la guerra de Cuba (de una de tantas guerras de Cuba) y principio y fin de todos los rastros. El Rastro también es el último libro de Trapiello, glosario, anecdotario, guía, libro de fotografías, memorias, búsquedas, encuentros, ayunos y desayunos. La semana pasada hubo un día que fue el día de los rastros, mercados de segunda mano, sohos, mercadillos, mercados de lance, almonedas, cosas de viejo. El rastro virtual de hoy en día no tiene telarañas en los objetos, no tiene cajones llenos de cosas, no tiene suciedad ni polvo. Es aséptico, no pasa nada si llueve, si hace mal o buen día, no hay ayuno, no hay religión ni rito. Yo tengo suerte de no tener un rastro cerca todos los domingos ya que me perdería en el sentido más negativo de la palabra, compraría montones de libros, tantos que al final, como en el Silvestre Paradox de Baroja, llenaría la casa hasta que no pudiera entrar y empezaría a tirarlos desde la calle para que entren por las ventanas. Pero no soy constante, no tanto como Trapiello, mi religión es adicción con dosificación de la droga a pocos ejemplares y nunca en ayunas de café. Y sí, otra vida sería esa, vivir cerca de la perdición y perderse cada domingo como el yonqui que va a por su dosis semanal de libros de segunda mano, tebeos y soldados de plomo para que al final pervivan en casas abandonadas donde se busque con linterna lo que fue. Fue siempre un libro, un objeto, una revista. Los usureros del valor quieren incunables revalorizables que compren a ganga y vendan a pico. Allí no hay. Comprad burbujas de hormigón de esas que hacen pum.

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