En los últimos días venimos conociendo algunos planes del Ministerio de Educación para el próximo curso. Se habla de "revolución educativa", de "disminuir los currículos", copiar el modelo de éxito de otros países y "disminuir la memorización". Hay quien ya ha desenterrado el hacha de guerra, afirmando que nos quieren más tontos, que será un fracaso, que es una barbaridad, etc.

El aprendizaje nunca se da en el vacío, sino en torno a unos determinados contenidos. Sin memoria, los seres humanos no somos nada. Sin embargo, querido lector, ya seas docente, padre, madre o simplemente si has pasado por todas las etapas de la escuela habrás comprobado cómo se abusa de la memorización absurda y descontextualizada, aquella que consiste en aprender frases "como papagayos" y vomitarlas después en un examen. Es evidente que este tipo de memorización no sirve para nada. Si nos referimos a la memoria de los procesos, la de los conocimientos que necesitamos para la acción, incluso a aquellas cosas que memorizamos "a saco" y utilizamos una y otra vez, en diferentes situaciones, por supuesto que queremos ejercitar la memoria. El debate sobre la memoria está manipulado y sesgado. Memoria, siempre. La pregunta adecuada sería: ¿qué tipo de memoria queremos desarrollar? ¿cuál es su utilidad?

En segundo lugar, me parece muy loable que el Ministerio quiera inspirarse en las mejores actuaciones de éxito de otros países. De lo contrario, ¿en qué nos basamos? ¿en supersticiones y creencias? Enseguida hay quien reclama que entonces aumenten el gasto en educación, disminuyan la ratio, etc. Claro que necesitamos más inversión en la escuela, pero no es determinante en el punto en que nos encontramos. Estamos en la media de la OCDE en cuanto a inversión en educación, ratio, horas de docencia, salarios… y a la cola en cuanto a resultados. Algo falla, es evidente. No tendríamos que estar en los primeros puestos, pero sí en la mitad de la tabla.

Por último, una petición. Señora Ministra, por favor, no dediquen más de dos páginas a cada currículo. Diga solamente qué debe saber un chico o una chica cuando termine cada etapa de la educación obligatoria. Solo de este modo los centros y el profesorado podremos tener la libertad (y por tanto, la responsabilidad) de desarrollar el currículo y hacer que nuestros chicos y chicas aprendan. No tendremos ya la famosa excusa del temario y la normativa.

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