Carta del Director/Luz de cobre

Regreso de vacaciones, la crisis se agrava

Los rebrotes ya han quedado atrás para dar paso a un incremento de la transmisión más que preocupante

Cuando marchas de vacaciones tienes la sensación de que alejas, aparcas por un tiempo los problemas y te zambulles en la burbuja de la felicidad. Es algo así como cuando visitas un parque temático y durante toda una jornada vas de una zona a otra, de atracción en atracción, de espectáculo en espectáculo y al acabar la jornada ya vives dentro de la ficción, que te ha enganchado de tal manera que eres incapaz, o no quieres, salir de ella. Entiendo, por tanto, al hidalgo caballero de la triste figura, Don Quijote de la Mancha, que llega a perder el juicio y el raciocinio de tanto leer libros de caballerías, tan habituales en su época.

Pero por más que pretendas alargar la burbuja, alejar de ti todo aquello que te recuerde a la normalidad, a la vida, lo cierto es que el tiempo de asueto pasa y la cruda realidad te da de bruces en septiembre, sin solución de continuidad. Se ha estrellado frente al moreno inmaculado y playero del presidente del Gobierno, Pedro Sánchez; al del presidente de la Junta o del último alcalde de uno de los 103 pueblos de la provincia. La "nueva normalidad" llegó tan preñada de buenas voluntades, de normas que seguir para recuperar nuestra vida, que nosotros, incautos, nos las creímos desde la "a" hasta la "z", necesitados como estábamos de dejar atrás los tiempo de alarma, los meses de encierro y los días de miedo y preocupación por los nuestros y nosotros mismos. Julio y agosto, en especial este últimos mes, nos hemos tomado todas y cada una de las peticiones que los servicios sanitarios nos hacían por el pito del sereno. Hemos salido como si no hubiera un mañana, sin pensar en que la virus seguía habitando entre nosotros. Y ahí tenemos las consecuencias.

Los rebrotes ya han quedado atrás para dar paso a un incremento de la transmisión más que preocupante. Un incremento que no se esperaba hasta el mes de octubre y que lo hemos dilapidado en poco menos de dos meses. Sólo un aspecto positivo, que tiene que ver con el número de fallecidos. Por fortuna los contagiados que acaban muriendo son muchos menos que en los meses del estado de alarma.

Por delante tenemos un otoño al que hay que temer. Inicio de las clases presenciales en los colegios y en la universidad; como en años anteriores colapso de las urgencias, si es que ya no lo están, con la llegada de los resfriados y la gripe. ¿Y qué hemos hecho durante este tiempo por evitar lo inevitable? Nada o casi nada. La COVID-19 ya forma parte de nuestras vidas. Hemos aprendido a convivir con la enfermedad y sólo rezamos para tratar de que no seamos uno de los afectados. Por lo demás, normalizamos nuestra existencia, nos alejamos del dolor de aquellos que lo padecen y miramos para otro lado cuando a nuestro alrededor los contagios se multiplican como los panes y los peces, pero no para alimentar a los hambrientos, sino para sembrar muerte y destrucción.

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