Relajación y olvido

Tan inconveniente como la relajación o el descuido es el olvido, llegado el momento del "cuando esto pase"

En los días más duros de la pandemia, con el recuento de las muertes creciendo por centenares cada jornada, se repetía el "cuando esto pase" con un doble propósito. Uno el de buscar razones y porqués del modo de responder al maldito virus de la pandemia. Y otro el de adelantar que todo sería distinto una vez que los estragos de la calamidad remitieran y, por lo menos, fuera posible algún atisbo de normalidad. No se tenga esto, aunque se repita hasta la machaconería, como una nueva normalidad. En el atrezo del confinamiento, no faltaron recursos con que la creatividad -muchas veces con la complicidad del aburrimiento- adornó o entretuvo. Y es cierto también que, ante la desolación por las infaustas desgracias y las limitaciones del estado de alarma, muchos mortales -naturaleza consabida pero bien explícita y crecidamente constatable en la fúnebre leva de la pandemia- dieron lo mejor de su condición para atender a quienes más lo necesitaban. Fueran vecinos mayores y solitarios, convecinos desahuciados por la falta de esperanza, a los que apretaba el estómago, o no pocos sorprendidos por un descalabro, tan desmedido como excepcional, que truncó, inesperadamente y sin reservas, el a la vez ajustado y arriesgado ejercicio de vivir al día. Con el personal sanitario y, en general, con cuantos por su dedicación u oficio aseguraban servicios indispensables, el reconocimiento también ha sido -es un pasado más cercano que el indefinido fue- destacado y notorio. Aunque no deban olvidarse algunas manifestaciones de rechazo que el miedo al contagio y la peor condición humana expresaron con mensajes anónimos e intimidatorios, para que abandonaran sus casas. Pues bien, el cuando esto pase ya está pasando. Acaso con una falsa sensación de seguridad que hace abandonar la prevención, como si el virus se hubiera tomado ya las vacaciones y su plaga maldita quedara sin efecto. Y tanto o más inconveniente que esta descuidada y amenazante relajación es el efecto del olvido. Porque ante las expectativas sobre cuánto iba a cambiarnos la pandemia se interpone la fuerza grande de la costumbre, de los hábitos, de una normalidad que no quiere dejar de serlo para convertirse en nueva. Por esto mismo, seguimos enfermando, con dolencias y sustos cotidianos por menos excepcionales. Y el personal sanitario, que no hace excepción, sino regla permanente, de su comprometido ejercicio, sigue mereciendo, aunque se recoja el atrezo de la pandemia, el sentido reconocimiento de su quehacer.

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