Reparto del botín

Son muchos los que fuera de la política no tienen donde caerse muertos y se agarran al cargo como un mono a un columpio

ánimo o que ya queda menos, querido amigo, aunque probablemente usted ya esté hasta donde dijimos de oír cantinelas y haya decidido desconectar y dedicar su tiempo a cosas más entretenidas e interesantes. El domingo a las ocho de la tarde, hora nada taurina por cierto, podremos repetir aquellas palabras que supusieron el final de la pasión del Señor: Consummatum est. Y al otro día se repartirán el botín de la misma forma que los soldados romanos se repartieron la túnica de Cristo.

Recuerdo un lunes postelectoral en el que estaba desayunando en un bar de los alrededores del ayuntamiento. Las elecciones municipales habían dado por terminada la mayoría absoluta del partido que gobernaba y las caritas eran para verlas. No había pastel para todos y más de uno preveía su despido de la casa consistorial. ¡Quién lo diría, pensaría alguno, con lo bien que me he portado durante los últimos cuatro años! Pero la vida tiene estos sinsabores y está llena de decepciones. Me viene a la memoria una viñeta de Mingote en la que un candidato, Gundisalvo, conocido el resultado de las votaciones, se dirigía al electorado y se quejaba así: "¡He estado toda la campaña besando niños, acudiendo a mercados, regalando flores y ahora no me votáis!".

La política en España se ha convertido en un modus vivendi. Son muchos los que fuera de ella no tienen donde caerse muertos y se agarran al cargo, como diría Paco Gandía, como un mono a un columpio. Recuerdo haber leído que la biblioteca del primer Marqués de Jerez de los Caballeros, don Manuel Pérez de Guzmán y Boza, que era reconocida a primeros del pasado siglo como la mejor del mundo en libros españoles desde el siglo XI al XIX, fue vendida por su propietario a la Hispanic Society of América, para reparar las innumerables pérdidas económicas que le había supuesto su entrada en política y haber sido elegido senador y diputado a Cortes. Los cuantiosos gastos que el cargo público ocasionaba y los pagos que los candidatos aportaban para las campañas electorales pusieron en peligro la fortuna familiar. Eso sería impensable en nuestros días. No sólo por los pingües beneficios que reportan ciertos cargos públicos a determinados próceres de la patria, sino porque dudo que muchos de ellos ni siquiera tengan libros en casa. No ya para leerlos, sino para impresionar, decorar estanterías y limpiarles el polvo. No hay más que oírles hablar.

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