Carta del Director/Luz de cobre

Residencias de ancianos, la gran insidia

La capacidad en las residencias para respondr a la pandemia ha sido, lamentablemente muy escasa, por no decir nula

La pandemia de coronavirus ha sido la tormenta perfecta para los centros en los que viven mayores. Encerrados, con una población extremadamente vulnerable y, como se ha visto a posteriori, sin medios para combatirla. No es de extrañar, por tanto, que ahora, cuando todo parece más calmado, que no concluido, que en el decreto de la denominada "nueva normalidad" las residencias deban estar coordinadas con el sistema sanitario tras el estado de alarma. "Nuestra madre estuvo agonizando (en la residencia) sin oxígeno toda la semana. La afirmación es de Mari Carmen Porcel, cuya progenitora fallecía el 24 de marzo. Pese a que empezó a presentar los primeros síntomas el día 14, no fue trasladada de la residencia donde vivía al Hospital General hasta el día 22, cuando ya quedaba poco o nada que hacer por su vida. "La ambulancia tardó 6 horas en venir" explica su hija. Las declaraciones, recogidas por La Vanguardia la semana pasada, muestran la vulnerabilidd de un sistema que creíamos funcionaba, con algún sobresalto, pero ahí estaba prestando un servicio valioso a la sociedad. "Alguien se pensó que teníamos capacidad de respuesta. Y no, no la teníamos". Las palabras son de Andrés Rueda, quien preside una de las pocas asociaciones de directivos de centros asistenciales que hay en España (Ascad) y describe de este modo "la impotencia y la rabia" que embarga todavía a muchos trabajadores de residencias de ancianos tras el desastre de la Covid-19. Y un tercer testimonio, de la hija de una paciente ingresada en Torrecárdenas, en este caso no de coronavirus, pero que muestra la situación en la que terminan sus días muchos ancianos. "Hacía tres meses que no podíamos ver a mi madre. Nos llamaron para decirnos que había sufrido un ictus y la hemos trasladado en ambulancia hasta el hospital. Pensamos que estaba en las mejores manos y no era así. Está muy delgada y en gran parte de su cuerpo se acumulan llagas. No la han cuidado como creímos cuando la ingresamos. Estos casos y otros muchos similares a este, describen la situación en el interior de los geriátricos, donde la capacidad para responder a la epidemia ha sido escasa, por no decir nula. Y es que estos centros no son hospitales. Nunca lo han sido a pesar de que, desde la aprobación de la ley de Dependencia en el 2006, se han especializado en acoger a personas con cuadros clínicos complejos. Pero no lo han sido en España ni en otros muchos países. Y la prueba es que más de la mitad de los fallecidos en los Países Bajos o en Francia se han producido en centros de este tipo. La pandemia ha puesto sobre la mesa una dramática situación, en la que muchos casos acabarán en los tribunales. Con ser dolorosos ya son pasado. Lo que hay es que sentar las bases para que nunca más vuelva a producirse una situación como la vivida. Un país serio, moderno y responsable no se lo puede permitir.

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