Respuesta de las canas

La experiencia no dimana de los años cumplidos, sino de la manera en que se resuelve el extendido ejercicio de la vida

A UN sabio rabino del siglo XIV, y a la edición crítica de su obra, acometida por el filólogo, además de muchos otros quehaceres, Agustín García Calvo, se deben unos versos titulados "Respuesta de las canas", que se reúnen de este modo: "Las canas me las teñí, no para renegar de ellas ni, por disimularlas, parecer más joven, sino con temor harto grande de hombres que buscarían en mí juicio de viejo, y no lo hallarían". Las razones de la estética tienen menos alcance, o provocan efectos más ligeros, que las de la ética. Aunque los valores del bien, como referencia moral de la ética, siempre se aderezan, o se visten, con la indumentaria de la belleza estética. Luego, ya se dijo, no hay ética sin estética, o al revés.

Otra cuestión corresponde al valor de la experiencia, porque suele entenderse que esta dimana de los años cumplidos y no de la manera en que se resuelve el extendido ejercicio de la vida. Por eso la sabiduría y la ecuanimidad de los mayores tienen bastante que ver con el provecho que traigan sus crecidos cumpleaños. Escribía el rabino también, hace seis siglos, de las razones de la apariencia, cuando teñirse las canas responde a la pretensión de parecer más joven. Dispensada puede ser, por ello, cierta coquetería en el arreglo y la compostura, pero sin que conduzca a la ridiculez o a lo estrafalario. Dos consecuencias, como algunas otras, de la inmadurez; sobre todo, cuando esta debería haber cursado con la naturalidad de los años cumplidos. De ahí, en fin, el sabio acierto del maestro judío cuando señalaba el temor del viejo -esta denominación de las personas con edad avanzada no es peyorativa, aunque se evite con la artificial corrección de los eufemismos- ante la frustrada expectativa de quienes acudieran a su ilustrado juicio. Y, por eso, teñirse las canas no respondía al anhelo, por otra parte ancestral, de la eterna juventud, sino a evitar una frustración acaso tan propia como ajena. Dado que cumplir bien los años, y haber sorteado buena parte de las encrucijadas de la vida, debe procurar criterios sólidos, seguridades firmes, raciocinios sensatos y consejos ecuánimes. Sin que todas estas facultades del entendimiento conduzcan necesariamente a juicios categóricos. Ya que la sabiduría de la edad, cuando no frustra por su escasez, sostiene el carácter relativo de buena parte de las decisiones y reserva para muy pocas una naturaleza absoluta. Y esa sabiduría de los viejos sí que es una virtuosa respuesta de las canas.

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