mANUEL lÓPEZ mUÑOZ

Retórica antes que oratoria

Son ya muchos años viendo que esas materias las encargan personas sin la más mínima idea de qué hacen

Tenía ya escrita mi columna cuando he leído la de Inmaculada Urán y Javier Fornieles del lunes. Como estoy de acuerdo con casi todo lo que dicen, he pensado que mejor enfoco el tema desde un punto de vista complementario. Hace un par de años, la Consejería de Educación de Madrid incorporó en la E.S.O. una optativa de Oratoria y la adscribió a Lengua Castellana. Craso error.

La Oratoria, la parte práctica de la Retórica, debe ser enseñada también por el profesorado de Clásicas porque tienen la preparación necesaria y suficiente para acceder a esta parte de nuestro patrimonio cultural grecorromano que nos legaron figuras como Aristóteles, Cicerón o Quintiliano: todo lo escrito después de ellos son resúmenes o ampliaciones, no innovaciones.

En el Centro de Investigación "Comunicación y Sociedad" (CySOC), conocemos la necesidad que tienen los estudiantes de aprender a hablar en público y la conveniencia de que esos conocimientos los desarrollen equipos interdisciplinares como el nuestros. Cuando se habla de enseñar Oratoria, me entran escalofríos. Son ya muchos años viendo que esas materias las encargan personas sin la más mínima idea de qué hacen: la buena voluntad se presupone, el camino del Infierno está lleno de buenas intenciones. Son ya muchos años viendo que la Oratoria se toma como control de la ansiedad, correcto vestuario y práctica de gestos y movimientos que, más que a hablar, enseñan teatro Kabuki.

Para impartir Oratoria primero hay que saber Retórica, que no se aprende en Derecho, Económicas, Educación o Psicología y sí en algunas Facultades de Humanidades como la nuestra. Hay que formar bien al profesorado antes de ponerla en marcha o será un tremendo fracaso.

La Retórica es una herramienta de la convivencia democrática, enseña a identificar a los demagogos, a estructurar un mensaje persuasivo después de documentarse, a sentirse bien con uno mismo cuando se comprueba que hablar en público no es una tortura, sino una gratificación personal por poder intervenir en los asuntos de la comunidad.

Sin embargo, temo que todo se reduzca a que los alumnos aprendan a decir lo primero que barrunten, a no sentir pudor por hablar sin haber estudiado antes y a creer que el objetivo es ganar concursos, como si la Oratoria fuera una competición de baloncesto en vez de una enseñanza para la vida. ¿Por qué lo temo? Por los debates y discursos políticos que padecemos

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