Mientras el mundo gira

andrés caparrós

Retratos de cabo diablo

No lo ha tratado bien la vida, en el tormento de este estruendo de la mar brava ha encontrado la manera de soltar las amarras de sus pesares

El Mudo se echó a los caminos para buscar el perdón en un voto permanente de soledad y silencio. Nadie sabe si encontró lo primero pero algunos creen que lo segundo, sí. El apodo que le pusieron fue una medida de emergencia, no hubo mala intención en ello, pues por aquí todos tienen sus quebraderos de cabeza; y el de aquel hombre era negarse a hablar, hacerse el mudo. Pero no lo es, todos lo saben. Su mirada no quiere descifrar el mensaje de unos labios o unas manos. Tampoco es esquiva, ni inquisidora ni receptiva. Parece la mirada de un penitente cuya tristeza, al principio conmovedora, ha sido aceptada y ya pasa inadvertida. Frisa los sesenta y tantos. Casi veinte años han pasado desde aquel día. Llegó acompañado por Jorge El Majonero, pastor y agente inmobiliario. Una mochila grande mugrienta tachonada de postales, era todo su equipaje. Venía a tiro hecho. Una casucha cercana al viejo faro abandonado, sobre un otero al borde de Cala Serena. Suficiente para un hombre solo, sordo y mudo. El Majonero se ocupó del trámite de la compra-venta. Que se llamaba Rafael. No dijo más el pastor ni dice más el cartero: Rafael "El Mudo". Por lo que compra cada semana en el colmado de Servando, come poco. Se mantiene ágil y flaco; café no le falta. Se le ve a veces dando labor a un pequeño huerto, sentado en el porche al atardecer e incluso, como una sombra furtiva en la noche oscura, atendiendo no se sabe qué contabilidad de estrellas, de olas, o de apresuradas sombras y luces en esa recoleta orilla. Escribe mucho, a juzgar por la frecuencia con que pide bloc y bolígrafos en la papelería: lo que ve, lo que sueña, lo que siente… pero sobre todo, lo que recuerda. No lo ha tratado bien la vida. En el recurso de su silencio y el tormento de este estruendo de la mar brava, ha encontrado la manera de soltar las amarras de sus pesares, la carga de vivir a contra corazón. Como ocurre en cualquier andadura, todo empezó dando el primer paso. El objetivo era encontrar su lugar, en sí mismo y en el mundo. Ávida la mirada, resonante el pulso, apremiante el paso, frenético el afán de abarcarlo todo de cada ocaso. Fue su cruzada a la búsqueda del Santo Grial. Tenía la certeza de que podía encontrarlo en cualquier rincón del planeta, y de que lo sabría al llegar porque algo en la luz del sol, en la telúrica vibración del paisaje, se lo diría inequívocamente. En lugares distintos y tan distantes como Delacroix Island en Nueva Orleans y el Ponte Vecchio de Florencia, o la Plaza Yamaa el Fna de Marrakech y el lago Toba en Sumatra, sintió asomos de estremecimiento. Fueron escenas, miradas, aromas, ecos remotos, bienvenidas y adioses que iban surgiendo inesperadamente, conformando un puzle de recuerdos que más tarde contaría y recontaría con fruición de avaro. (Continuará)

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