Revisionismo horario

El debate sobre el cambio horario es bastante más irrelevante que otras decisiones que apremian

Eliminar los cambios de horario al inicio de la primavera y del otoño es un revisionismo? ¿Exigiría un referéndum vinculante esa decisión? Puesto que afecta, de un modo u otro, a toda la población, acaso resultara más conveniente el voto popular que para dar salida a la insistente controversia -trufada de palabrería, táctica aviesa y otras intenciones más nefastas- entre el autogobierno o la autodeterminación, tal como parece plantearse para resolver lo que así no se puede. Pero no es cuestión de confundir churras con merinas, que el revisionismo horario tiene entidad e importancia propias y no le hace falta comisión de la verdad alguna a fin de dilucidar qué debe ser conforme con la memoria histórica. O sí, porque, entre las razones para no hacer más cambios horarios anuales y, sobre todo, adoptar el horario de verano o el de invierno, puede tenerse en cuenta una muestra de confraternidad franquista-hitleriana, ahí es nada, por la que España adoptó el huso horario de la Alemania nazi, en 1942, en lugar del huso de Greenwich. Luego esa comisión -más bien comité- de la verdad debería ser oída por otra comisión -no faltan- de expertos que se pronuncie sobre la adecuación del mejor horario que adoptar permanentemente, sin cambios cada año. Deben ser muchos lo problemas que ocupen y preocupen al Gobierno de la Unión Europea y si este figura entre ellos es de imaginar que tenga importancia y no se plantee a modo de globo sonda o como una estrategia de distracción. Los cambios de hora, además de considerar argumentos económicos sobre el aprovechamiento de la luz solar, señalan la alternancia de las estaciones, con ajustes de las cadencias de los días y de los hábitos cotidianos. Cierto que provocan ligeros trastornos de esas costumbres del cuerpo que se deben al ritmo circadiano; sobre todo los referidos a la sucesión de la vigilia y el sueño. Pero nada que no sea llevadero con escasos días de adaptación, más o menos como los de la vuelta de las vacaciones, cuando hay que cambiar significativamente de rutinas. De modo que cabe la sospecha de distraer la atención, a partir de dos debates sucesivos: alternancia o permanencia del horario de los días y, en este último caso, opción por el de verano o el de invierno en cada país. Distracción, además, no poco irrelevante si se piensa en qué decisiones sería mucho más necesario que afectaran y vincularan a todos los Estados. Ya puestos, mejor el revisionismo horario que el histórico, sin una hora menos en Canarias.

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