Reviviendo el mito de Babel

El peaje de Pedro Sánchez con los nacionalistas para gobernar, irá a más y será doloroso para el resto de España

Se dice que el pacto del PSOE con ERC para la investidura de P. Sánchez incluye una "consulta" sobre lo que negocien Generalitat y Estado, aunque luego nos aclaró J.L. Ábalos, que una "consulta" en Cataluña no es un referéndum, hombre. Ni las nuevas oficinas exteriores catalanas son embajadas prosecesionistas, por favor: ¡qué zoquetes somos! Vale. Pero no evitó que recordara la neolengua orwelliana, inspirada en la 2ª Internacional de 1889, ni que la perciba hoy redimida por este PSOE sinuoso, para adecentar su peaje al nacionalismo campante por ayudarle a gobernar. Que irá a más, porque es un peaje caro, además de doloroso en el resto de España y por eso se acicala a través de eufemismos o retorcimientos de la santa lengua, que de ser un instrumento para describir el mundo la han convertido en un medio para adaptar el mundo a lo que convenga. No inventan nada. Es una tentación primaria, y peligrosa, de la que nos advirtió aquel mito griego que atribuyó al dios Hermes sembrar la cizaña humana a través de la discordia en el habla. Un relato similar al de la Torre de Babel (de Babel quizá derive Babi-lonia, con igual sufijo que Cata-lonia) que querían alzar unos hombres que usaban las mismas palabras y eso les hacía poderosos, así que Yahveh, celoso Él, hizo que no se entendieran los unos con los otros, y ya no pudieron acabar la obra y se dispersaron por la faz de la Tierra. Son fábulas que metaforizan la diversidad idiomática como una plaga maligna de origen divino y que al fin remedia la Biblia a través del Pentecostés cristiano, o sea, de ese pedazo de milagro que permite entenderse a todos los hombres, ¡guau! Aunque bien pudiera ser que el barullo babélico no derivara al cabo tanto, ni solo, de la mera proliferación de idiomas, sino de la maliciosa degradación y vaciado de los significados de la palabra común, o sea, cuando las expresiones usadas por todos dejan de ser vehículo de comunicación para trocarse en un galimatías tribal con el que imponer a otros una forma de ver el mundo. Una pulsión tentadora entre quienes ignoran los mitos ancestrales, hoy redescritos por la sociología como instrumento estelar de ciertas políticas facciosas (autoproclamadas siempre progresistas, eso sí), que suelen degenerar en un desastre para la convivencia. Un desastre que la metáfora babélica plasma en forma de frustración programática, de confusión social y de vuelta a la barbarie.

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