Comunicación (im)perinente

Francisco García Marcos

El Rey firmador

Los libros de historia recogerán la enorme contribución de Díaz Ayuso al periodismo de opinión de nuestros días. Estoy firmemente convencido de ello. Todas los días deja un jugoso reguero de titulares. Resulta imposible quedarse sin tema semanal, mientras esta mujer, con su idiosincrásico gracejo, transite por la pasarela política española. Más que desfilar, se pavonea ante los medios, desde una pose entre cheli y frescachona, siempre accesible, transmitiendo una cercanía de vecindario enraizado y castizo. Entre ese marco tan propicio, la presidente no tiene reparo alguno en transmitir sus más íntimos anhelos. Esa es su etiqueta comunicativa y, desde luego, es cualquier cosa menos espontánea, a pesar de las apariencias. Todo esta medido e hilvanado al milímetro desde la barba pensante que es Miguel Ángel Rodríguez, siempre al servicio de la causa, moviendo los hilos comunicativos de la presidentísima de manera evidentemente efectiva. Los resultados no admiten controversia. Lo que ya no tengo tan claro es que, más allá del vaporoso manto naif con el que se recubre, no esté sobrepasando unos cuantos límites razonables. El pasado fin de semana estuvo en Colón, por descontado. Y allí, al calor de sus masas, con tono casi tabernario, incitó al rey a que no firmara los indultos para los golpistas catalanes. Debo haberme perdido algo. Yo pensaba que habíamos quedado en que el rey está para eso, para cortar cintas, inaugurar actos, entregar premios, vivir regaladamente y firmar lo que el presidente de turno ponga encima de su mesa. Eso se llama monarquía parlamentaria. Saltarse ese pacto, recogido en la forma y en el fondo de la Constitución, sí que me parece una incitación nítida al golpismo. Tampoco termino de entender la vara de medir que se aplica en estas cuestiones. Unos señores es posible que se excedieran, aunque a fin de cuentas estaban apoyándose en un parlamento democrático y en un referéndum, por más extraoficial que fuera este. 20 años. Una presidenta autonómica, amparada únicamente en su ingeniosa donosura, invita al jefe del estado a incumplir sus obligaciones constitucionales. No pasa nada. Así funcionamos. Y así nos quedamos, perplejos, con la inevitable convicción de que Díaz Ayuso es más golpista que los presos del Procés. Por otra parte, transitar al límite de la Constitución nos ponen en peligro a todos, máxime porque dar carta blanca a un Borbón es una temeridad mayúscula. La historia debería invitarla a sosegar sus ímpetus y hacerle recapacitar severamente sobre este asunto. El pasado no tan remoto certifica que los borbones gastan costumbres peligrosas, como dedicarse a coleccionar amantes y colmillos de elefantes, convertir las universidades en escuelas de tauromaquia, nombrar ministros en función de los servicios de cama aportados, financiar películas porno a cargo del erario público y otras cosillas que dan escalofrío. Por fortuna, Felipe VI solo tiene que firmar.

MÁS ARTÍCULOS DE OPINIÓN Ir a la sección Opinión »

Comentar

0 Comentarios

    Más comentarios