Río abajo

No entienden por qué hay que ver programas de música, por qué tiene que haber presentadores

Sabina se está perdiendo todos los buenos argumentos para componer canciones debido, básicamente, a que ya no compone canciones. Hoy (el domingo) dice el periódico, que está bastante chunga una mujer que conocí. Bueno, no conocí, vi, en programas de televisión de música de los ochenta, de los noventa, cuando había programas de televisión de música y esperábamos ansiosos el día y la hora, plastic, se llamaba. Como ves, Marisol Galdón, ya no hay programas de música, ya no hay plastic, ya no hay televisión, los adolescentes miran ese objeto raro que ven los carrozas sentados en el sofá del salón. Ni siquiera dicen carrozas, ni viejunos, realmente no dicen nada. No entienden por qué hay que ver programas de música, por qué tienen que haber programas, por qué tienen que haber presentadores. Por eso, es verdad, si no te has deslizado al lado chabacano (un eufemismo de lado pocero) no te vas a comer una rosca, mira el de cruz y raya, abocado a islas de idiotas para poder pagar las deudas. En ese rincón del infierno, que como puedes comprobar, existía y era bastante jodido han acabado escritores, humoristas, músicos y donnadies. Pero tú no, tú insistes en mantener la moral alta en días de lluvia intentando escabullir algo a la sociedad que destruye todo en su afán de llegar a la máxima necedad. Unas piastras, unas monedas para la antigua diva, una pensión mínima, un mínimo vital que tampoco es para ti, flotando en las nubes hacer una forqué, también presa de los vendavales de la distopía que solo premia a los que cuentan una a una las monedas. El espejismo premia con camiones de mudanzas y alquileres vencidos con planes de pagos y arriendos y subarriendos de corazones rotos. El futuro es una contraportada de El País, periódico que aún venero ya que nunca leo las páginas de noticias, y te veo buscando una isla inexistente en un mar que prometía como las postales, y está infestado de tiburones. No pensante que crecer y no hacerse invisible era formar parte trepando de algún consejo de administración o incluso ser ministro o ministra de los que no hacen nada, pero han saldado su cuenta con el sistema. Y cuando el devengo ha expirado te tiran al cubo de la basura existencial. Haber pisado cabezas, cortado cuellos, traicionado compañeros y guardado doblón a doblón, para no invisibilizarte. Pero es que ni siquiera eres invisible, ojalá. Encima, todo el mundo te puede ver.

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