Metafóricamente hablando

Antonia Amate

Rojo pasión

Se levantaron monumentos por toda la geografía, reconociendo y engrandeciendo tal hazaña

Aun siento el calor suave de la sangre corriendo por mi cara hasta empapar la chaqueta, y confundirse con su color. Fue el premio real con el que nos reconocieron los servicios prestados a la patria, por haber defendido la libertad y la independencia, sin más ejército, ni más armas, que el valor. Millones de compatriotas la defendieron con su vida, y las calles se convirtieron en ríos de sangre. El rey se conformó con mirar desde la lejanía de su poltrona, trasladada de Madrid a Bayona. El pueblo, incauto, la defendió, y tras desalojarla de los aborrecidos "gabachos", volvimos a entregar la patria al soberano que no movió una pestaña por evitar la ocupación. Y, que podíamos esperar de semejante traidor! Las órdenes de detención y de ejecución, no se dejaron esperar. Héroes libertadores, perseguidos como ratas cobardes……, que terrible decepción!. Después, la muerte nos igualó a todos, sumiéndonos en el olvido, la memoria es frágil y la vida sigue sin los que se fueron. Tiempos llegaron en que se recuperó nuestra dignidad, y el reconocimiento del sacrificio del pueblo español, que fue ensalzado por los historiadores: un pueblo que luchó y ganó con sus manos una guerra contra el ejército francés, perfectamente pertrechado. Se levantaron monumentos por toda la geografía, reconociendo y engrandeciendo tal hazaña. Aquí también se erigió un monolito, que fue suprimido a la primera de cambio, en cuanto otro régimen totalitario se impuso sobre la castigada "piel de toro". Marianita de mi vida, cuanto te envidio! Nuestra vecina ciudad, ni olvida ni acuerda acciones infames. Trato de imaginar a los hijos que no tuve, la vejez de mis padres sin su hijo, la vida que se me arrebató, pero es inútil, me cegaron la vista, me robaron el aliento, me enviaron directo al olvido, junto con mis compañeros de campaña, y me volvieron a asesinar una vez más, dejándonos arrumbados en los pliegues del olvido. Un día, inopinadamente, nos rescataron del limbo, se nos rindió cumplido homenaje, y por fin pensé que volvía a la vida a través de la memoria de mi pueblo, aquel por el que ofrecí la vida. Pero nada cambia con el tiempo, como aquellos que miraron desde sus ventanas cómo otros tiraban piedras al ejército invasor, que respondía con fuego mortal, llenando calles y plazas de sangre tibia y roja, otros han decidido hoy cambiar el monumento erigido en nuestra memoria. Y el pueblo, AQUEL PUEBLO VALIENTE, que luchó con uñas y dientes para liberar su tierra de los invasores, aquel que entregó la patria recuperada a una monarquía insensible, que lo vio desangrarse desde su confortable residencia en el extranjero, hoy pasea impasible por la plaza, que pronto dejará de ser nuestro sudario, en busca de una mesa donde pedir una jarra de cerveza helada, y una tapica grande, señor camarero, que estoy seco de tanta calor!

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