La tapia con sifón

Rosados y claretes

En los últimos cinco años, las ventas de rosados han subido como nunca

La literatura española dedicada al vino rosado se resume en la letra de una popular cancioncilla: "El vino que tiene Asunción / ni es blanco ni es tinto ni tiene color. / Asunción, Asunción, / echa media de vino al porrón". Hasta hace poco, el rosado se destinaba a acompañar la comida "en un chino" y poco más. En los viejos puestos y tabernas almerienses se bebían blancos manchegos y claretes alpujarreños, de Albondón o Albolduy, mayormente. Hay que recordar que rosado y clarete no son sinónimos. Aquellos vinos alpujarreños se hacían con mezcla de uvas tintas y blancas: plantaban dos linios de tintas y uno de blancas, se cosechaban al mismo tiempo (estuvieran como estuvieran) y se fermentaban juntas. Y así salía lo que salía, con pocas excepciones. Incluso había taberneros que hacían "su clarete" añadiendo un poco de tinto de Jumilla (negro como la noche) al blanco de Manzanares. Elaborar rosados con mezcla de uvas tintas y blancas está prohibido en algunas zonas vinícolas. El auténtico rosado se vinifica como un tinto, pero con menor tiempo de maceración con su piel, para que el color sea rosa. Incluso está de moda el estilo provenzal de rosados muy pálidos.

En los últimos cinco años, las ventas de rosados han subido como nunca. En 2019 ya suponían el 10 % del total mundial, unos 2,5 millones de Hl, de los que Francia se bebe la tercera parte; EEUU el 15 % y la tendencia es general. Se están haciendo vinos rosados cada vez más elegantes y sofisticados, y en zonas que hasta ahora no los hacían, como el Larrosa de la riojana Izadi o el Breca aragonés, muy pálidos ambos a pesar de usar garnacha tintorera. Más clásicos de color son los novísimos rosados de Rubiejo y López Cristóbal, ambos de la Ribera del Duero. Este último tiene 3 meses de madera y 5 de botella; hay que probarlo para olvidar tópicos sobre los rosados. En esa línea está el mencía 2018 de Arancia, un pelotazo de sabor. Y en precio imbatible, el monastrell de Alceño, la bodega más antigua de Jumilla. Son muy buenos compañeros de pastas y arroces, no solo marineros, e incluso de ciertas carnes. El recordado sumiller Agustín Sancho lo recomendaba con carnes suaves pero grasas como el cochinillo. Recuerdo una deliciosa fuente de chuletillas de cordero a la brasa de sarmientos con una botella de cigales, en una taberna de aquella comarca vinícola.

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