SINSANSE

HOY YA NO SALE EL SANTO; HOY NO VUELAN LOS ROSCOS; HOY NO SE MONTAN LAS MESAS EN LA PLAZA Y EN SUS ALEDAÑOS Y NO SE COMPARTEN EL PAN, LAS ANCHOAS Y EL AJOBLANCO

Se nos va la pascua. La pascua y la fiesta. Hubo que conformarse con hacer el acostumbrado recorrido ayer por la tarde noche, llevando la imagen de san Sebastián acompañado por unos devotos ateridos de frío (si no sonara a irrespetuoso diría que "se sacó al santo a dar un garbeo por el pueblo"). Eso ha sido todo. Pero hoy no tendremos la fiesta y ya van tres años. Parece que se han confabulado los elementos para impedir que vuelva a nuestras calles el bullicio y la alegría. Hoy ya no sale el santo; hoy no vuelan los roscos; hoy no se montan las mesas en la plaza y en sus aledaños y no se comparten el pan, las anchoas y el ajoblanco. Puede ser por grandes incidentes, como cuando hace un par de años una profunda borrasca hacía periclitar la integridad corporal externa de la comitiva procesional con fuertes lluvias extemporáneas; o, como ahora, por pequeños "bichos" que pueden minar por dentro los organismos y que se expanden silenciosamente, taimadamente, a traición, de nariz en nariz, de boca en boca, de cuerpo en cuerpo. Por eso, en las circunstancias actuales no hay que facilitarle las cosas al virus convocando a una masa de gente que con su cercanía vive lo mejor de la fraternidad pero también facilita sus "saltos" de unos a otros. Por eso hoy no bajamos al pueblo. Por lo menos nosotros tenemos miedo al contagio y no se nos va a ocurrir criticar la medida de suspender la fiesta. Es una medida más que razonable. Nos quedamos en los cerros, donde los pájaros, los conejos y los árboles. Es el panorama de todos los días, el que nos acompaña jornada tras jornada. Y ahora sigue estando espléndido. Suena raro, pero está todo verde, casi como la campiña inglesa, y los almendros en sucesiva floración. Cuando lo veo entiendo por qué se organizan esas salidas, normalmente desde las ciudades, para contemplar lo que nosotros estamos viviendo a diario. Por eso no hay nada que lamentar porque seguimos teniendo abierta la posibilidad de disfrutar de lo que nos rodea. Es curioso, pero hay que tomar conciencia de la suerte que tenemos de vivir donde estamos. Es cierto que tenemos bastantes carencias, de cosas que son habituales en otros contextos como la ciudad. Pero habrá que recordar aquella sentencia de Virgilio en las Georgicas: "Qué felices serían los campesinos si fueran conscientes de los bienes que disfrutan". Supongo que no será el último año de nuestra vida. Y habrá otros años y otras fiestas.

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