Saber y querer trabajar

No deja de ser paradójico que, en esta sociedad de progreso muchas empresas se quejen de no encontrar mano de obra

No deja de ser paradójico, además de producir bochorno que, en esta sociedad de progreso muchas empresas se quejen de no encontrar mano de obra. A veces porque precisan operadores con una formación técnica que apenas existe en el mercado formativo. Otras, porque se trata de trabajos de esfuerzo notable y para muchos es más cómodo recibir un subsidio de subsistencia que sudar un sueldo. Pregunten a los hosteleros por la proeza de hallar camareros o cocineros que sepan su oficio. Y a los transportistas por los conductores que han de traerse del Perú, de Lituania o del Magreb. Pregunten a los agricultores por el peonaje, y a cualquier empresa fabril qué hace cuando precisa incorporar un electromecánico, un informático o un experto en sistemas de control: que no los encuentra. A muchos técnicos hay de buscarlos, en el mejor de los casos allá en Madrid o Barcelona, y no todos están dispuestos a movilizarse a provincias. Tampoco cabe generalizar, es cierto, pero no dejo de reproducir algunas quejas, solo algunas, de múltiples empresarios locales que, por una parte no pueden ni quieren significarse y por otra, tampoco encuentran en sus instituciones la voz común que ponga el dedo en la llaga de la creciente deformación del mercado laboral. Un diagnóstico alarmante que cualquier analista del panorama sociolaboral patrio, viene repitiendo una y otra vez durante los últimos años, sin que nadie se atreva a poner remedio: (1) reorganizando las titulaciones académicas en general y la Formación Profesional en particular: porque hay un desajuste brutal entre lo que lo que los jóvenes aprenden y lo que la sociedad les demanda: y (2) reajustando los sistemas de subvenciones para ayudar solo a quien de verdad lo necesite, pero disuadiendo de raíz a los que abusan de las prestaciones públicas para solaz de su vagancia, a veces crónica. Y es que armonizar la oferta y la demanda laboral, exige saber, o sea acceder a una pericia que no es innata, sino que se aprende; pero también hay que querer trabajar y, nadie se engañe, la cultura de vivir de la "paguica", sigue coleando entre nuestros ideales culturales. Y por eso hablaba antes de bochorno porque mientras que lideramos los índices de paro juvenil más altos de Europa, los responsables de detectar los retos del progreso y de habilitar soluciones efectivas, viven en sus míseros submundos políticos o académicos, como si esto, no fuera con ellos.

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