Saetas mudas

Tiene la saeta una magia escueta y rotunda, capaz de sobrecoger el ánimo con el sobresalto del cante

Garganta, herida, sangre… saeta. Flagelos, espinas, martillos, clavos… saeta. Hondura jonda, misterio de estirpe flamenca, desgarro del alma, cátedra de balcones… saeta. Cornetas, tambores, palillos… saeta. Incienso, guardabrisas, pértigas, ciriales… saeta. Costal, sudor, alpargatas, jarrillo… saeta. Flecha, crepúsculo, firmamento, inmensidad… saeta. Compases, tercios, melismas… saeta. Salmodias, tonás, seguiriyas, martinetes… saeta.

Tiene la saeta una magia escueta y rotunda: casi un milagro de treinta y tantas sílabas que es capaz de sobrecoger las entretelas del ánimo con el sobresalto del cante. Esas modulaciones en las que el arte se desgañita en la voz y la compostura en lamento y ofrenda; cuando los brazos, inquilinos del porte del cantaor que solo parece garganta, allá que le asisten para que esta redondee el prodigio.

La predisposición a cantar, y esto sí parece más seguro, es una seña de identidad humana. Los hombres y las mujeres se han civilizado cantando y la trascendencia, ese más allá de la cortedad de los días, ha sido siempre interpelada con la oración del canto. Por eso hay tres senderos antiguos que resuelven el laberinto del origen de la saeta. A saber: la alta trocha de los almuédanos árabes, el desfiladero de las intrigas judías y los cordeles de las advertencias cristianas. Tres devociones monoteístas y muchos cantes verdaderos. En las mezquitas, los pregones de los almuédanos, llamando a la oración, se acompañaron de lamentaciones versificadas que eran cantadas con acomodo melódico. La vía judía tiene que ver con el secreto de los códigos y las claves para evitar el suplicio de la Inquisición. Esto es, bajo la apariencia de letras cristianas circulaba una comunicación clandestina entre judíos; y las saetas tal vez fueran un trasunto del canto religioso de las sinagogas. El ascendente cristiano, por último, entronca con los antiguos cantos, las "saetas penetrantes", que los franciscanos interpretaban con motivo de las procesiones de penitencia. Así como los avisos y las sentencias morales, cantadas en forma de coplillas o jaculatorias por esos padres franciscanos, allá por los siglos XVI y XVII, en sus misiones callejeras.

Esta Semana Santa, sin embargo, la saeta queda muda en los balcones y las calles. Aunque se escuchen en las entrañas del alma: "En el Calvario se oía / el eco de un moribundo / y en sus lamentos decía: / Me encuentro solo en el mundo / con mi cruz y mi agonía".

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