En "Fuego y cenizas" el exitoso ensayista y académico canadiense Michael Ignatieff, cuenta su experiencia como líder del Partido Liberal de Canadá y jefe de la oposición parlamentaria. El historiador relata los sacrificios que implica una campaña electoral, la calidez con la que te tratan los militantes del partido o el afecto de los vecinos cuando recorres un barrio. Lo que el hombre de Harvard y Cambridge nunca pudo imaginar es la dureza de los adversarios políticos, la aspereza de los debates parlamentarios o la inclemencia de los medios de comunicación ante los pequeños errores o la espontaneidad. Ignatieff se terminó dando cuenta, después de su estrepitoso fracaso electoral, de que la política supone un alto riesgo para prestigiosos intelectuales como él, y de ahí el subtítulo del libro: "éxito y fracaso en política". Aquello ocurrió en Canadá entre 2006 y 2012, y el fuego y las cenizas del título resumen la experiencia del historiador en su fugaz paso por la primera línea de la política.

El título podría también resumir la situación y el clima político que vivimos en España. El fuego de los procesos judiciales, las cenizas que dejan las sentencias y los autos. El fuego de los enfrentamientos entre las diferentes concepciones del Estado, y las cenizas de fiestas nacionales celebradas en un ambiente gélido. El fuego de procesos institucionales boqueados, seguidos de polémicas reformas y las cenizas de un diálogo imposible.

Fuego y cenizas que siempre indignan y entristecen, pero que en esta ocasión son más inexplicables que nunca en nuestra reciente historia democrática. Porque ahora hay un fuego mucho más preocupante, el provocado por una pandemia que se propaga como las llamas de agosto en un bosque y las cenizas de las vidas perdidas, los sueños rotos, los negocios cerrados o los puestos de trabajo desaparecidos.

No soy muy optimista respecto a que el calor del clima político baje de temperatura. La fiebre ha superado los números rojos y seguirá subiendo. Porque las causas del fuego nacen de la negativa a reconocer legitimidad de uno de los partidos de la coalición de gobierno para formar parte de este. Y esa negación del adversario político e ideológico es lo que convierte la política española, los debates parlamentarios y la sesión de control al gobierno en una auténtica sala de despiece. El problema es que lo que están abriendo en canal no son carreras políticas, sino el país en si mismo.

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