Carta del Director/Luz de cobre

Salidas en tromba

Ni el decreto del estado de alarma era la panacea, ni su eliminación va a suponer el caos y el despiporre total

El fin del estado de alarma no supone la derrota del virus. Puedo compartir los deseos, con seguridad irrefrenables, de cualquier ciudadano o ciudadana que haya estado confinado o perimetrado durante meses, de soltar amarras y dejar que la libertad fluya por las venas y los poros de la piel. Pero en ningún caso concibo que la manada salga en estampida, rompiendo normas, compromisos, seriedad y coherencia, para instalar entre nosotros de nuevo al bicho. Por mucho que nos empeñemos en deterrarlo, el único vencimiento llegará de la inmunidad de grupo provocada y alcanzada por las vacunas. Y ese día aún está lejos. En alguna ocasión he puesto en duda las medidas adoptadas por los distintos gobiernos confinando y coartando las libertades de aquellos que, a lo largo de la pandemia, han sido menos vulnerables a la enfermedad. Tanto apretar el corpiño ha acabado por asfixiar todos los conductos que nos permitían respirar, aunque fuera de forma asistida.

Un análisis más sosegado, con seguridad, nos hubiera bridando otras oportunidades de gestión, otros planteamientos en los que ahora no hemos pensado, menos restrictivos, que hubieran sosegado a millones de almas jóvenes, ansiosas de romper cualquier cordón sanitario, entendiendo que no iba con ellos.

Pero visto con la perspectiva que el tiempo ya nos permite y la evolución que la enfermedad también nos da, creo que la gestión de todos, casi sin excepción ha sido la correcta casi siempre. Con los errores provocados por lo desconocido a los que nos enfrentamos, a medida que el conocimiento del patógeno ha ido creciendo hemos ajustado el arnés, como si de un traje de seguridad se tratase. Ni el decreto del estado de alarma era la panacea, ni su eliminación va a ser el caos. En ambas situaciones aquellos que eran irresponsables van a seguir en sus trece y la mayoría de la ciudadanía mantendrá el equilibro para retomar la necesaria normalidad y compaginarla con las mínimas medidas, que eviten volver a aquello que ya hemos vivido y que tanto daño se ha cobrado, no ya en vidas humanas o afectados, que también, sino en estados de ánimo. Cien días se da el presidente del Gobierno, Pedro Sánchez para lograr la inmunidad y es posible que hasta tenga razón. Entendiendo que la cuarta ola, que tanto temíamos, ha pasado con menos horror y dolor del previsto por los efectos de la vacunación. Quiero creer, y a eso me aferro, que vamos a ser capaces de derrotar al virus con la fuerza de la ciencia y antes de que él nos saque de los bares, de las fiestas y de las reuniones en familia con el rostro de la muerte, con el tormento de la enfermedad o con la aflicción de aquellos que se marchan de forma inesperada. La batalla sigue en todo lo alto. No está ganada. Así que, una vez más, les pido prudencia y paciencia. Hemos remado hasta la orilla, no nos ahoguemos cuando la arena roza nuestras manos.

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