Carta del Director/Luz de cobre

Salud, dinero y amor

La estela de destrucción que deja el virus hace complejo pensar que podamos derrotarlo a corto plazo

La pandemia de coronavirus sigue imparable su avance en el mundo, con especial virulencia en Europa. A España, hasta hace unas semanas en el punto de mira, se han sumado de forma peligrosa miles de contagios en Francia, Alemania, Gran Bretaña, Bélgica o Portugal. Aquellos que hasta hace unos días creían haber controlado el virus no han tenido más remedio que adoptar drásticas medidas. El confinamiento ya es una realidad que nos rodea, nos comprime y nos acogota con la misma intensidad que lo hacía en el mes de marzo. Quizá la única diferencia, si pretendemos ser positivos, es que aún el número de fallecidos no se le acerca ni de forma remota, pero si seguimos así no les extrañe que los alcancemos y lo superemos en las próximas semanas. Parece claro que la estela de destrucción y muerte que la COVID-19 deja a su paso es un reguero tan enorme, una mancha de tantas dimensiones que parece complejo hoy decir si vamos a ser capaces de doblegar su fuerza e intensidad. Pero en esta segunda ola sabemos mucho más de nuestro enemigo, lo conocemos mejor. Y en particular cómo se transmite: por contacto interpersonal próximo, ya sea físico o por aerosoles. Es evidente que hoy por hoy la única forma de someter la curva es el distanciamiento social, el confinamiento, las restricciones y limitar la proximidad física entre humanos y sobre todo los contactos cercanos. La experiencia nos dice que en junio, con estas medidas, logramos andar un notable camino. No hay otra forma de frenar el avance, se diga lo que se diga, mientras no exista una vacuna probada y eficaz. Pero aquí es donde se planea el gran dilema dramático y complejo de resolver: ¿Prioridad a la salud o a la economía? Si no se cierran actividades físicamente interactivas, se acelera la pandemia, según la lógica de redes. Y si se cierran, interrumpiendo la conexión en esas redes, pasamos de la pandemia a la anemia económica y social. De ahí los titubeos constantes de las políticas públicas. Abrimos un poco, cerramos un poquito, abrimos más, cerramos de repente, desconcertando a mucha gente, sembrando la ruina en miles de pequeñas empresas y suscitando el paro temporal o permanente de millones de trabajadores, mientras las familias agotan sus ahorros, se retrae el consumo y se profundiza la crisis. Pero esta disyuntiva es cierta realmente. Miremos a China. Ellos primero resolvieron el problema de la salud y ahora están creciendo por encima del 5%. Así que parece evidente que sin salud no hay dinero. Aquellos que han ido demasiado rápido, tratando de parchear un camino plagado de baches, han comprobado que el asfalto se parte con suma facilidad y volvemos al inicio. La ansiedad no es buena consejera. Con la enfermedad no hay atajos y aquellos que los cogen tardan muy poco en regresar a la casilla de salida. Con menos salud, no hay dinero y tampoco amor.

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