Carta del Director/Luz de cobre

Salud y política, incompatibles

Si los que han puesto el grito en el cielo, llamando como cenizos al caos, tienen razón nos quedan años de lucha contra el virus

Tres semanas habrán transcurrido desde el fin del estado de alarma cuando usted lea este artículo. Tres semanas en las que cierta normalidad se ha instalado entre nosotros, los casos de coronavirus parecen controlados y a la baja, la vacunación suma y sigue de forma exponencial cada día que pasa y, lo que me parece fundamental, el número de fallecidos mengua en la misma medida en la que los colectivos más vulnerables se inmunizan.

Estamos en una fase crucial. De lo que ocurra en los próximos días va a depender, y mucho, el desarrollo del verano y la evolución de nuestras vidas en los próximos meses. Si, como parece, el control de la pandemia es un hecho propiciado por los millones de vacunas ya inoculadas, ante nuestros ojos tenemos un paraíso de sol, playa y normalidad económica, que debe llevarnos de la mano de forma paulatina a la añorada normalidad.

Si, por el contrario, aquellos que han puesto el grito en el cielo, llamando como cenizos al caos tienen razón, aún nos quedan por delante meses, tal vez años, de brega y de lucha titánica contra el coronavirus y sus variantes.

La realidad siempre es tozuda y se abre paso a golpe de coherencia, seriedad, trabajo y obras. En estos tiempos que nos han tocado vivir, se percibe más ostensible, y me preocupa, que la política va por un lado y la salud por otro. Cuando hemos sido capaces de poner los medios materiales y humanos, con sus carencias, en manos de aquellos que realmente saben lo que tenemos entre manos, la senda a recorrer se me antoja más liviana, aunque el dolor, la tristeza y el luto sigan presentes y persistan en muchas más unidades familiares de las que quisiéramos.

Un año después de que el virus se instalase para quedarse, por ahora entre nosotros, aún aquellos que nos gobiernan y los que ejercen la oposición, mantienen pulsos huecos, presiones vacías y palabras mudas. Cuando se decide llevar al Parlamento el estado de alarma, la oposición pone el grito en el cielo por la merma de libertades que supone, sin pensar en exceso en la salud y sí en el rédito político. Cuando concluye, y quienes gobiernan deciden no mantenerlo, de nuevo aquellos que hace unos meses se quejaban abiertamente y se rasgaban las vestiduras porque se coartaban nuestros derechos, mantienen de forma exacta y mimética la misma actitud, pero por lo contrario.

Es un poco aquello de forma coloquial se conoce como el "síndrome de la gata Flora" o el "ni comen ni dejan comer". Regreso al inicio. La realidad, aquella que es siempre cristalina y sin aderezos culinarios para desviar el sabor, es que la salud y la política se repelen como el agua y el aceite. Y en el caso que nos ocupa, por fortuna, quienes han tenido el poder, todo el poder, para salvar vidas han sido los sanitarios, no la clase política.

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