| crónicas de semana santa |

Antonio Sevillano

El Santo Cristo del Portal

¿Se han preguntado en alguna ocasión el por qué 'Santo Cristo' al corto espacio entre el convento de Las Claras y el tramo alto de la calle Real? · La repuesta es un Crucificado 'vecino' venerado desde hace siglos

HAN entrado y salido de Casa Puga mil veces. Y han pasado por la puerta de al lado otras tantas sin saber lo que guarda en su interior. Pero es que sólo fisgando por la tupida tela metálica de su ventana de barrotes puede percibirse, al caer la noche, un ligero resplandor que el curioso puede confundir con aquellas "mariposas" en promesa a las pequeñas imágenes colocadas en hornacinas a modo de altar. Como las capillitas de San Antonio o de la Virgen del Carmen que la santera llevaba y traía cada día por el barrio. Ahora nos pararemos ante el protagonista de nuestra Crónica; frente a la fachada donde una simple inscripción advertiría al caminante estar junto a un oratorio íntimo y privado, lleno de paz y silencio, donde se expone el otrora famoso Cristo del Portal, patrón gremial de los carboneros almerienses. Desconocido por la inmensa mayoría y ausente, por ignorancia, de las anodinas y tópicas visitas guiadas. La leyenda comienza -porque de un suceso legendario se trata- después de expulsados los moriscos tras las revueltas de 1490. El incumplimiento de las Capitulaciones por los reyes cristianos y los dogmas religiosos impuestos por la jerarquía católica, motivó la rebelión mudéjar. Seguidamente, los monarcas de Castilla otorgaron el Fuero a la Ciudad y mandataron a Diego de Vargas, desde el sitio de Santa Fe, como Repartidor de los bienes musulmanes a los nuevos repobladores. Entre ellos se encontraba Alvaro de Solís, escudero (los de mayor consideración social), mayordomo y diputado de Fernando de Cárdenas -Justicia Mayor y alcaide de La Alcazaba-, quien recibió huertas y casa en la que sería "milla de oro" de la Almería conventual: intersección de la calle Real del Mar con la Real de Pechina (Las Tiendas).

Solís el Viejo, oriundo de Salamanca y casado con Guiomar de Sanabria, medró económicamente y abrió próspera hospedería en la casona concedida. Un día cualquiera del siglo XVI se presentó pidiendo posada un caminante en actitud humilde cubierto de mísero ropaje, a quien los sirvientes, visto su aspecto, le negaron alojamiento. Doña Guiomar, mujer de reconocida bondad, se apiadó de él y le acomodó en una reducida estancia bajo la escalera que ascendía al piso superior, junto a la puerta de entrada. En un jergón de paja pasó la noche sin dar cuenta de su nombre ni razón de su presencia en la ciudad. A la mañana siguiente, los dueños advirtieron la claridad cegadora que iluminaba el hueco de escalera y la ausencia del huésped. Y lo más sorprendente: en el lugar donde yació se mostraba esplendoroso un Crucificado dibujado en la pared con carboncillo. Tras postrase, dieron aviso a amigos y vecinos, teniendo el lance por un milagro en correspondencia a la caridad de la señora. La noticia se extendió por toda Almería y sus arrabales, siendo venerado desde ese momento con el nombre del Cristo del Portal en la propia habitación convertida en oratorio.

En 1842, ante la minoría de edad de Isabel II y la marcha a Francia de su madre María Cristina, el general Espartero, duque de la Victoria, es nombrado por las Cortes Regente de España. El 8 de mayo la Diputación Provincial, presidida por Gerónimo Muñoz, insta al Ayuntamiento Constitucional el cumplimiento del siguiente oficio: "El decoro, y el respeto debido a la Religión, exigen que desaparezcan las efigies que existen en algunas calles de esta Capital, y se trasladen a las respectivas parroquias donde corresponden, en las que los fieles pueden tributarles cultos, evitando así la profanación a que se ven expuesta en los lugares en que se hallan; y con el objeto de que así se verifique, ha acordado esta Diputación manifestarlo a ese ilustre Ayuntamiento para que en el círculo de sus atribuciones adopte las medidas conducentes a lograr este fin".

El cuadro del popular Cristo, de regular formato y autor desconocido, era en esta fecha propiedad de Francisco Vázquez Capilla, quien por medio de su representante Juan José Jiménez responde al Consistorio: "La sagrada efigie del Santo Cristo del Portal está dibujada y retocada en la pared donde existe hace muchos años y pertenece a mi principal Francisco Vázquez Capilla. Por estas circunstancias notorias y evidentes, he dispuesto que delante de la Imagen se ponga un lienzo blanqueado que la oculte a la exposición pública y evite su profanación".

Tapado quedó el Cristo hasta tiempos mejores sin necesidad de traslado alguno. La primera noticia del rico hacendado Juan López de Sagredo, propietario de tierras en la Vega, la hallamos un memorial (junio, 1845) en que "el abogado del Ilte. Colegio de Granada, solicita su empadronamiento, y que se le considere a todos los efectos vecino de la Ciudad; manifestando haber resuelto fijar en ella su permanencia, donde tiene ya establecida casa y familia". Los modernos inquilinos tenían como vecino principal a la desaparecida ermita de San Gabriel; mientras que en su planta baja abría la Posada de la Alcantarilla, regentada por José Moya, y posteriormente el Mesón del Malagueño, antecedente de Casa Puga; y esquina con la calle de la Marquesa (actual Emilio Ferrera), la hoy Droguería Toro.

Nombrado concejal Síndico en julio de 1856 -siendo alcalde el progresista José Tovar-, con López de Sagredo vino de Granada su hermano Fernando. Fue precisamente a éste, apoderado por Juan Lirola -que más adelante logró la Alcaldía-, a quien la comisión de Ornato autorizó los planos del edificio de su propiedad, de dos plantas (posteriormente le añadieron una tercera). Ese año Joaquín Cabrera era arquitecto Municipal. La actual dueña de la capilla es Antonia de la Paloma Navarro Berenguel (casada con Ricardo Molina), vía herencia de su madre, doña María Berenguel Andújar. Antonia me abrió gentilmente sus puertas y confió diversos recuerdos personales. Por ejemplo, que en la posguerra la bendijo Alfonso Ródenas, obispo vivamente interesado en adquirir la pintura para el Palacio Episcopal. También que ante el manifiesto deterioro de la antigua sus padres encargaron a Jesús de Perceval, buen amigo de la familia, una imagen reflejo fiel de la original. Sin embargo, está firmada por "Capuleto", quien antes de fallecer recientemente la visitó, comentando incluso lo que cobró por el lienzo de considerable tamaño. Pero es igualmente cierto que a Perceval corresponden las últimas pinceladas del rostro, manos y torso (al cambiarle el marco para aislarlo de humedades ha aparecido inscrito al dorso "Escuela Indaliana"). En penumbra y silencioso, el oratorio y altar del Crucificado en su Expiración se completa -en una pulcra habitación enlucida de azulejos- con numerosos exvotos, lámparas, rosarios, flores, cerería, cruces, dos hornacinas con la Virgen de los Dolores y Niño del Remedio; más diversos cuadros y litografías de indudable antigüedad: Virgen del Carmen, Santa Lucía, San Francisco de Paula, Sagrada Familia, La Purísima, Santa Elena, Corazón de Jesús y Virgen del Mar.

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