Carta del Director/Luz de cobre

Segunda ola y confinamiento

Tanta era la 'nueva normalidad' que dejamos de lado el miedo para acudir al túnel conocido donde la fiera diera el zarpazo

Tanto hemos invocado al lobo y tantas veces lo hemos despreciado, que cuando llega y nos acosa temblamos de miedo y desconocemos como actuar. La segunda ola de la COVID-19 ya está aquí. Nos acorrala, nos sorprende, nos acogota, nos cierra todas las salidas y, aún así, o somos unos inconscientes o hemos perdido el miedo a una enfermedad todavía desconocida y que en la provincia ha dejado ya más de cien muertos. El lobo del coronavirus muestra los dientes y babea como nunca ante lo que tiene por delante. Y las víctimas, todos nosotros, 'nos hacemos el sueco' tratando de mantener una normalidad impostada, que nada tiene que ver con lo que siempre hemos vivido y hemos olvidado, aunque tratamos de fingirla.

La segunda ola ya está aquí. Todas las magnitudes confirman lo que ya barruntábamos en verano. Nos las prometíamos felices tostándonos al sol, en la terracita del bar, en la barra del chiringuito y en el agua salada de unas playas únicas. Tanta era la 'nueva normalidad', que por más que nos advertían dejamos de lado el miedo para adentrarnos en el túnel de lo conocido y a la espera que la fiera diera el zarpazo.

Y lo ha dado. Tanto que el número de casos se ha multiplicado de forma exponencial, hasta el extremo que en muchos momentos he llegado a pensar que nos acercamos de forma peligrosa a un nuevo confinamiento. Entiendo que no va a ser total, que pueden darse por barrios en la capital y los pueblos más grandes y general en las localidades más pequeñas y golpeadas por la pandemia.

Sea como fuere, lo cierto es que perturba, y de qué manera, los avances que se han dado y logrado con tanto esfuerzo. Quizá por ello se hace más necesario que nunca la concienciación, la insistencia en el respeto a las normas sanitarias establecidas y que tan buen resultado dieron durante el confinamiento, para alejar el fantasma del regreso a las casas y las calles vacías que tanto daño y miedo han generado desde abril a junio.

La película de terror, en la que la vida se extingue y sólo quedan los restos de una humanidad en pasado, debe evitarse a toda costa. Lograrlo pasa porque las administraciones, todas sin excepción, actúen con la coherencia y la unidad requerida y que de ellos se espera. Y la más importante, que nosotros, los ciudadanos, seamos capaces de cumplir a rajatabla, sin ambages y flexibilidad, las recomendaciones de la Organización Mundial de la Salud (OMS) y los sanitarios, que tan buenos resultados han logrado. No seremos libres o no recuperaremos la normalidad hasta que se logre la inmunidad de grupo o que una vacuna nos devuelva al añorado pasado en el presente. Y eso, por más que nos empeñemos en ahuecar el ala u obviar la pandemia, sólo se logra con el compromiso de todos. Ni más, ni menos.

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