Seres sociales socialmente enfrentados

Lo que los cristianos llamamos el Pecado Original: nuestro Caín siempre necesitará matar a nuestro Abel

El ser humano es pura contradicción. Cada persona, en sí misma, lo es. Cada colectivo humano, a poco que se analice, lo es en igual medida. Da igual que se trate de personas muy o poco afines; antes o después las diferencias harán que esa aventura social tenga que repensarse. La dimensión social del ser humano no hay que justificarla a estas alturas: sólo somos personas si vivimos en relación con nuestros prójimos. Cualquier individuo apartado en soledad crecerá con características que le llevarán a no poder desarrollarse en plenitud. Pero vivir en sociedad, relacionarse con el prójimo no es algo tan elemental: pocas cosas, además de condenar la práctica política de nuestros representantes públicos nos unirán en nuestras actividades. Es más, podríamos preguntarnos si acaso en las personas que nos manifestamos contra las atrocidades de la práctica política todo es puro sentimiento: "si quieres conocer a Juanillo, dale un carguillo". Cuando entro en un ascensor y, después de saludar a una persona que allí dentro se encuentra, no recibo el saludo de vuelta; si al estar en la panadería, esperando sólo, la persona que llega después no saluda; si cuando voy paseando a mi mascota debo ir esquivando lo que otras acaban de dejar disperso por el suelo; si las normas de circulación sólo sirven para que los peritos diluciden quién fue la persona responsable de un siniestro de tráfico; si al llegar a una parada de autobús sabes que "es la ley de la selva"; si… Y, pese a todo, estamos obligados a convivir porque es nuestra manada. Pero siempre encontraremos más morbo en abundar en nuestras diferencias antes que en un bien común. ¿Por qué liarse a hostias en vez de a abrazos?

El mecanismo que más efecto produce, en el corto plazo, pero que funciona de forma radical, es el de encontrar un enemigo común: es uno de los mecanismos triviales de fortalecimiento de ese colectivo. Sublimará el enfrentamiento con el ajeno de modo que los conflictos internos se verán minimizados dando cohesión momentánea al grupo. Pero esta ilusión no podrá durar mucho. Sólo hay una vía: aceptar el conflicto estructural subyacente a toda experiencia humana compartida. Lo que los cristianos llamamos el Pecado Original: nuestro Caín siempre necesitará matar a nuestro Abel.

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