Sexadores de pollos

¿No va siendo hora de que afinemos sobre quién viene a dignificar la política, en vez de a servirse de ella?

Cada vez que se avecina una jornada electoral, día cumbre del sistema democrático, me abruma la escasa capacidad de los ciudadanos rasos para preservarnos contra la propaganda idiotizante o para distinguir el trigo de la paja, o diferenciar las promesas falaces de tanto mentiroso como se postula para que le demos los votos, de aquellos otros políticos capaces e implicados con el bien común. Que los hay. Y las dificultades que entraña tal propósito de mínimos, detectar al farsante, ya sea analizando antecedentes históricos y trayectos curriculares o incluso, como especulan los más innovadores, estudiando con detalle actitudes posturales, expresiones gestuales o no verbales como el grado o frecuencia en desviación de miradas y hasta la dilatación de pupilas que suele delatar a los mentirosos, ¡nada!, no dan resultado fiable, porque, al cabo, una y otra vez comprobamos a posteriori, que no fuimos capaces, muchos al menos, de atisbar quién mentía y quién no. Alguno dice que es porque son todos los que prometen en falso, pero me parece un diagnóstico excesivo. Sigo creyendo que la mayoría de candidatos son honestos, aunque me preocupe que sean los otros los elegidos. Y para evitarlo acaso debíamos afinar las neuronas analíticas, las responsables de esa habilidad neural para distinguir unas cosas de otras, que dicen los científicos que traemos genéticamente incorporada y lista para activar, pero que no practicamos y, la mayoría, no logramos poner en marcha nunca. Un ejemplo del desarrollo de tal destreza es la de los sexadores de pollos japoneses, expertos que detectan el sexo de los polluelos recién salidos del cascarón, a fuer de mirar el trasero cloacal de miles de avecitas durante un tiempo, con un maestro que les va corrigiendo hasta que el aprendiz acaba siendo infalible, o casi. Pero nadie sabe explicar o racionalizar cómo lo hacen. Solo se sabe que existe alguna aptitud inconsciente que permite sexar cada polluelo. Y el ejemplo tal vez venga al caso porque por aquí son muchos los que votan por instinto, por empatía errática y poco racional, o sea, que operan como los sexadores, pero sin adiestrarse antes en detectar corruptos. Y se equivocan, claro, según confiesa luego más de uno. Y digo yo que, tras cuarenta años de democracia, ¿no va siendo hora de que afinemos sobre quién realmente viene a dignificar la política, en vez de a servirse de ella? Qué torpe somos, ¿verdad?

MÁS ARTÍCULOS DE OPINIÓN Ir a la sección Opinión »

Comentar

0 Comentarios

    Más comentarios