Las guerras proporcionan enseñanzas absolutas que superan a las más sesudas predicciones. Hoy, desde el enfrentamiento bélico entre Rusia y Ucrania hasta las más comunes y elementales confrontaciones comerciales parece que el paradigma que Bill Gates estableciera de que "la información es poder", como fórmula para alcanzarlo, invirtió sus términos: la desinformación da el poder. Para ser más exacto diría que: la desinformación socaba el poder; sobre todo el del oponente.

El ansia de información como fuente de poder, en una paráfrasis de las teorías de Alvin Toffler sobre el futuro, alcanza hoy límites insuperables para la inteligencia humana, de tal forma que se acepta que sea un artificio el que se encargue de crear la realidad en la que creer, eso que llaman: Inteligencia Artificial. Así, verse superado por una máquina, o como quieran denominar a la cuestión, produce un "shock" en el individuo que se ve incapaz de convertir la avalancha de noticias en conocimiento útil. La consecuencia es que, atontado por el impacto, se suma al aturdimiento de los demás, y acepta como normal cualquier excentricidad o disparate que se le presente, sin discernir si es verdad o mentira, real o ficticio, ético o amoral, hasta llegar al absurdo.

Y es así que, sin sonrojo ninguno, se admiten teorías y planteamientos que rompen con todo lo que hay de sentido común en la persona. Hasta el punto de revertir en los principios universales más elementales que rigen la vida del ser humano: el derecho a la vida, a la libertad y la seguridad; con otros contra-derechos que, impuestos por ley sin aceptación general, atentan contra la vida desde la concepción (con el aborto) hasta el final de la existencia (con la eutanasia), acorrala la libertad en todos sus ámbitos (expresión, educación, privacidad, …) y ataca la seguridad que proporciona la independencia de la justicia (con "comisiones de investigación" de aficionados a modo de tribunales populares sin jueces y con sentencias pre-escritas).

Sin embargo, nada de esto resultaría tan preocupante, como lo es, si cada individuo y la sociedad en general tuviera conciencia de que realmente sucede así. Y la pregunta del "¿por qué se acepta todo esto?" tiene que ver con el campo de batalla donde se alojan la cibernética, los medios de comunicación y las redes sociales. Un nuevo campo de batalla donde persisten, como en cualquier otro, el ataque, la defensa, la distracción y la ocultación, pero que difiere de los demás en que resulta más fácil aceptar lo que te cuentan en el mundo virtual que reconocer la realidad que nos rodea. Lo primero sólo necesita dejarse llevar, en tanto que esto último necesita inteligencia: conocimiento y análisis; dos cuestiones muy lejos de la ignorancia en la que nos hunde tanta invasión de la vida personal con ideologías totalitarias y tanta subvención populista del entorno social. Ni que decir tiene lo sencillo que resulta ocultarse al enemigo cibernético.

La verdad es que este tornaviaje de la información, de fuente del poder a origen del contrapoder, produce una bipolaridad que, visto desde lo personal a lo global, alterna el mundo real que se percibe y el virtual que se cuenta, hasta tal punto que se duda de la verdad que se ha vivido (la memoria personal) para suplantarla por la ficción que se nos relata (la memoria colectiva). Y nada tiene que ver la una con la otra. Pero lo dicho, a pesar de todo, la vagancia intelectual que favorece la ignorancia parece primar sobre el sentido común que proporciona el conocimiento.

Será porque en la milicia, antes de entrar en combate, se huye de lo que se dice (los que hicieron el servicio militar obligatorio lo asociarían a "radio macuto") y se concentra la atención en lo que sucede, la cura de tanta bipolaridad pasa por alejarse del ruido que se produce en el campo de batalla, en este caso del cibernético, y buscar el silencio en la distancia de tanta (des)información. Pensar una estrategia necesita el conocimiento de la realidad tanto como el sosiego del silencio. Así, ante la persecución mediática que oculta el ataque a la identidad personal y la pervivencia de una sociedad libre, me alineo con Robert, Cardenal Sarah, en "La fuerza del silencio", me sumo a la necesidad de buscarlo para fortalecerse en la verdad y, saber en conciencia, cuando hay que romperlo para defenderla. Hoy lo hago.

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