Simulacro y apariencia

La anormalidad recurre al simulacro y a la apariencia como sustitutos de una realidad espléndida

L AS simulaciones, cuando no la realidad virtual -qué gran contradicción aceptada-, recurren a las tramoyas de la apariencia o permiten experiencias singulares que juegan con los comportamientos y las conductas humanas. En Taiwán no son pocos los que desean participar en un simulacro que les lleve a embarcar en un avión con todos los "perejiles" de tal experiencia: la facturación del equipaje con la antelación suficiente, el control de acceso con el protocolo de las bandejas donde dejar las pertenencias que activan el sistema de alarma, la acogida y atención de las azafatas en la entrada al avión, la acomodación el asiento, generalmente estrecho, y la custodia del equipaje de mano, habitualmente de la mayor capacidad permitida, los consejos y las normas de seguridad con la rutinaria gestualidad de la azafata, el anuncio del despegue y, dispuestos ya para ello, con el estímulo nervioso de los motores de reacción, el final de la experiencia para dar desahogo a la imposibilidad de vivirla realmente. Probar un plato suculento, con reservado apetito, pero sin comerlo porque el manjar se retira de la mesa. O cualquier otra situación parecida en que se frustra o interrumpe lo que parecía a mano del disfrute o de la consumación. Los psicólogos algo tendrán que decir ante este "experimento" un tanto conductista y no poco engañador. Además de vinculado con el juego de las expectativas, que ofrece deleites con el acicate de la imaginación y el recrearse en lo que puede ser, sin que se caiga en la cuenta -aunque perder sea una contingencia propia del juego- de lo que pudo haber sido y no fue. O en la firme convicción de cuantos no quieren jugar porque, al cabo, solo creen en lo que tocan.

Otra cosa son las apariencias, también crecidas en estos tiempos anormales, que llevan a un muestrario de imágenes donde aparecen, ufanos, viajeros a lugares exóticos, hospedados en hoteles selectos o repartidos por los más recónditos arrabales del mundo, ahora que cruzar las fronteras se hace cuestión peliaguda. De forma que la apariencia, mucho más cerca del truco que de la realidad virtual, coloca donde no se está y hace más atractiva esa presencia engañosa.

La anormalidad, por ello, recurre al simulacro y a la apariencia como artificiales sustitutos de una realidad espléndida. No porque esta resulte inaccesible, para muchos, en la desigual normalidad de los días, sino por la imposibilidad, acaso más igualitaria, ante las desgracias de un virus mortífero.

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