La tapia del manicomio

Sobrecogedores

Críticos taurinos que recibían antes de cada corrida o feria un sobre con dos entradas

Todo el mundo habla de los numerosos sectores de la economía que las están pasando canutas y que van a seguir pasándolas mucho tiempo. Los que sobrevivan, porque más de uno habrá palmado de inanición o está en trance de ello. Si la Feria de este año no fuera virtual, nos estaríamos ocupando de los resultados de la feria taurina de la Virgen del Mar. Ahora parece de justicia recordar la crisis especialmente dura que está padeciendo el subsector del toro de lidia. Todo el mundo habla de las pérdidas de los ganaderos, de la matanza de cinqueños inútiles ya para la lidia el año que viene, del hambre de cuadrillas, matadores, areneros, mulilleros y demás oficios ligados al espectáculo del redondel o coso o albero, que de todas estas poéticas formas se suele llamar a la fiesta nacional (otro acendrado tópico). Pero nadie se ha acordado hasta ahora de los llamados sobrecogedores. Para los no iniciados en el arte de Cúchares, diremos que ese nombre se aplica a los críticos taurinos que recibían antes de cada corrida o feria un sobre con dos entradas para cada festejo y una cantidad en metálico que dependía de la categoría de la plaza, del puesto del torero en el escalafón y de la importancia del medio en el que publicaba sus críticas el bien llamado sobrecogedor. Esta práctica se usa desde hace más de un siglo, no vaya a pensar alguien que la corrupción se ha inventado en la democracia española. Y tampoco el sistema es exclusivo del taurinismo. Es conocida la práctica de muchos equipos deportivos, empresas teatrales y otros diversos entes que tienen en sus "nóminas" a periodistas de su sector específico.

En aun peor situación se deben encontrar los "animadores" de las corridas que iniciaban los aplausos, pedían que tocara la música en cuanto el diestro daba el primer mantazo, y sacaban a los toreros a hombros. Muchos almerienses se acordarán del "Diamante Rubio", un granadino que seguía todas las ferias importantes, recibía también su sobre de los apoderados de los toreros y se situaba en la grada de sombra con su pañuelo de colores y sus gafas de pasta sin cristales. Su grito de guerra era "¡Música maestro! Si Luis Gómez viviera estaría pasando tanta hambre como pasó en la posguerra. De aquellas hambres históricas le quedó la costumbre de guardar en su casa un saco de pan, que iba renovando cuando se ponía duro. Había jurado no volver a pasar hambre, como la Scarlett O'Hara de "Lo que el viento se llevó".

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