Sócrates va al hospital

Y rememoró lo que le dijo una a la otra: la vida de la piedra no es dura por lo que es sino por lo que no desea ser

El día de autos el maestro tenía cita médica; padecía unas molestias en el estómago. Mientras estaba en la sala de espera observó una serie de alborotos y gritos a consecuencia de la impaciencia de algunos usuarios que llevaban mucho tiempo esperando la llegada del doctor. Fueron tales los gritos que, Sócrates, se sorprendió. Al cabo del tiempo tuvo el impulso de hablar con ellos pero le increparon. Por eso tuvo la valentía de subirse en una silla y de decir algo a riesgo de ser reconocido como "el tábano", que era su apodo. Y dijo: "callad un momento que os vais a morir igual; sabéis que los usuarios además de derechos tienen obligaciones y una de ellas es respetar mi derecho al silencio por lo que no quiero oír a una persona más gritando". Después se bajó y quedó de pie. Continuo en otro tono más tenue: "además no podemos utilizar los derechos para imponer la razón; ni podemos denunciar a quien nos manda a callar cuando estamos gritando. Sería una inmoralidad". Tras eso se puso de rodillas en el suelo y dijo en un tono casi imperceptible: "a veces alterarse es la mejor forma de perder el tiempo, otras es una forma muy vulgar de hacer el ridículo". Ante su discurso los usuarios comenzaron a increparlo de nuevo. Uno lo cogió del cuello y lo amenazó. A esto Sócrates temió por su vida. No obstante se retiró del tumulto y volvió a subirse a la silla. Casi al borde de recibir más negatividad acabó diciendo: "¿os dais cuenta de la inutilidad de vuestros actos? Después de tanto gritar habéis dejado de ser personas. Ser un usuario no puede quitarte la condición humana. La dignidad no consiste sólo en la exigencia de unos mínimos para nuestra existencia sino que también es el esfuerzo para merecerse esa misma. Y eso es el trabajo y el compromiso moral de años". Acabada su intervención se fue corriendo del centro médico buscando refugio. Por suerte encontró un bar donde ocultarse. Llegado allí fue rápidamente al baño. Con la puerta cerrada, oculto y en silencio, esperó que pasara el tiempo. Otra vez le había pasado lo mismo - pensaba-. Más relajado se montó encima del retrete. En esa pose sonrió sutilmente y miró al techo. Se atusó la espesa barba y recordó una vieja parábola (una conversación entre dos piedras). Y rememoró lo que una le dijo a la otra: "la vida de la piedra no es dura por lo que es sino por lo que no desea ser".

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