Reflejos

Francisco Bautista toledo

Sólo es una leyenda

En el imaginario mítico medieval son muchos los supuestos Arturos de la leyenda, atribuidos a reyes que dejaron una fuerte impronta en la memoria popular. Uno de ellos fue Carlomagno, el de la barba florida, rey santo al cual se le atribuyen infinidad de aventuras, desde un viaje a Jerusalén como la búsqueda del Grial. Al igual que el Arturo arquetípico se rodeó de un grupo de caballeros, entre ellos Roland. He hablado en algún artículo sobre la presencia de Roland en Almería, dentro de las aventuras que se le atribuyen en tierras hispánicas. En una de ellas llegó hasta la costa de esta provincia, en persecución de su archienemigo Ferragut, encontrado en Carboneras. Hay quien traslada la figura de Parsifal a la persona de Roland, el cual entre las múltiples pruebas de valor que tenia que demostrar, estaba el encargo de encontrar el Santo Grial. Existen coincidencias en nombre y lugares, donde la imaginación vislumbra mitos. Pudiera ser muy bien Roland el Perceval que estuvo en el castillo del rey Pelles y encontró la santa reliquia. El castillo de Carbonek era la residencia del Rey Pescador, Pelles, quien tras curarse al ser reconocido el tesoro místico, lo trasladó a la isla de Sarras. Una discípula de San Andrés se llamaba Sarras, y en Carboneras hay una isla con el nombre de este santo. La leyenda, e imaginación, son los senderos con los que se vale el subconsciente para evidenciar las imágenes irracionales que subyacen en el mundo de la fantasía. También se cuenta que San Indalecio trajo a España una serie de reliquias, entre las cuales estaba el Santo Grial, entregado por San José de Arimatea cuando el primero estuvo en Roma. San Indalecio fue enterrado en Urci. Se sabe que al abad de San Juan de la Peña, don Sancho de Arinzana, envió a los monjes García y Evencio, en torno al 1084, en busca de su tumba, y junto a sus restos trasladó la preciada reliquia a su monasterio, indicando otros códices que fue inicialmente custodiada en el castillo de Montearagón, al ser entregadas las reliquias al rey Sancho Ramírez, el día de Jueves Santo, según el monje franco Ebretmo, que estuvo allí presente. Del castillo-abadía pasó al monasterio de San Juan de la Peña. Desde el monasterio a Zaragoza y recaló al final en la catedral de Valencia, por orden de Alfonso V.

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