Solo para mí

El sábado sigue siendo un mundo de tiempo limitado, calor y personas andando

He salido para ver el sábado por la mañana de café y paseo por el Paseo descubriendo el mundo igual que estaba sólo que más solo. Todo lo han abierto sólo para mí dispuesto a retomar el canje del fruto del confinamiento por placeres disolutos, café, periódicos, libros, zapatos y cortes de pelo. Ya no hay colas para los productos innecesarios. Hay cierta demanda de bar, café con leche y desayuno después de dos meses de dietas a base de triste tostada de tostador lleno de migas y café con leche calentada en microondas. Lo que teníamos que haber hecho siempre, limpiar bien, lo hacemos ahora como protocolo y rito. Sin embargo he podido constatar, en mis visitas a las terrazas, que el resto del mundo sigue igual de sucio y pordiosero. Cientos de colillas en el suelo de una terraza, todo tipo de envoltorios tirados en la calle y la mugre que nos acompaña cada día en cualquier parte. Los comercios de postín esperan con uno o dos empleados mirando al techo, que vayamos nosotros o esa señora mayor de pensión alta y piso en el centro. El barbero (me resisto a llamarle peluquero), opera con bata y guantes. Ya no están los tertulianos de asiento diario y carraspeo que no van a cortarse el pelo sino a hacer vida social de peluquería de caballeros. Ya no va el parroquiano a echar la quiniela de barbería antes de abrir la tienda. Ya todo es silencio y asepsia, sólo batallitas del confinamiento y las salidas con salvoconducto. En la espera en la calle evitando el paso de incesantes personas no me resisto a mirar el escaparate de la tienda de libros de segunda mano pero ya no veo joyas. El barbero es más caro. La librería tiene precintos, geles, circuitos, metacrilatos y policarbonatos y apenas entra una persona y así ya no apetece mirar. Apetece coger el libro que querías, pagar e irte. Es lo mismo que recoger el pedido en tu casa, protegido con mascarilla antigás, ya no tiene gracia, así no apetece mirar los miles de libros que nunca podrás leer, que nunca podrás poseer porque por más que compres siempre habrá más, y se te acabará el espacio para colocarlos y se te acabará el tiempo para leerlos, de esta manera es como si no existieran, como si se apaciguara el deseo para siempre porque ya no se pueden ver completamente ordenados abarrotando las estanterías y sobrecargando los pisos y los suelos. El sábado sigue siendo un mundo de tiempo limitado, calor y personas andando.

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