Submarinos

En un mundo estrecho, imagino que cada uno tiene su sitio y su trabajo en su horario

Como un pez negro varado en el puerto reposa el submarino a la espera de que cientos de visitantes entren en su espina dorsal. Cientos de los cuales muchos no podrán visitar ya que el horario y el número de personas que pueden entrar en cada vez es muy restringido. En el morro, en términos marinos, proa, descansan 16 torpedos y encima de los torpedos hay camas donde duermen varios de los marineros submarinistas, que así se llaman, entre los hasta 70 tripulantes que puede albergar esta nave tan pequeña, tan estrecha, donde el mundo no existe, no existen los móviles ni las noticias, sumergidos en alta mar, donde solo llegan, imagino, las señales de radio de transmisión interna, donde el único compañero puede ser un libro, pequeño, donde no hay periódicos. Más allá de la única ducha diminuta para los 70 tripulantes imagino eternas partidas de ajedrez de marineros en las mesas de los pequeños comedores, para seis o siete personas, diarios en libretas, barbas espesas con las que los jóvenes, la mayoría son muy jóvenes, evitan el uso del aseo capilar. En un mundo estrecho, imagino que cada uno tiene su sitio y su trabajo en su horario, vigilar los aparatos, los relojes, los datos de carga de las baterías que cargadas por motores en popa mueven el pequeño monstruo marino capaz de reventar y hundir grandiosos barcos (han sido diseñados para ello) si uno de ellos no lo revienta a él con cargas de profundidad. Imagino batallas en las que posible y afortunadamente nunca haya participado el animal de hierro con las tripas llenas de aparatos que le permiten ver, ciego, en la oscuridad del fondo todo lo que pasa y hay a su alrededor. Imagino gps, visores, radares y sonares modernos que le sirven de ojos y oídos con pantallas gráficas y pienso cuando sólo con escasas señales surcaban raudos los océanos. El capitán, cercano como no puede ser de otra manera en este reducido mundo, dará órdenes de simulacros y maniobras, indicará la derrota y aún con una regla y un goniómetro, un lápiz y una carta naval, avezados marineros trazarán rutas y calcularán distancias. Prestos a los arrecifes y contactos de superficie comunicarán avistamientos y al escuchar la orden de inmersión girarán raudos volantes y válvulas. Alguien cerrará rápido la escotilla y un lector de profundidad mantendrá en vilo a los principiantes. Efectivamente, no es necesario verlo por dentro para imaginarlo todo.

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