A Son de Mar

Inmaculada Urán / Javier FornieLes

Susan Sontag

Susan Sontag nos muestra sobre todo que el intelectual se construye en torno a la capacidad para rectificar sus propios errores

La escritora estadounidense encarna los debates que caracterizaron la segunda mitad del siglo XX. Le tocó vivir los años de desarrollo económico en los que el optimismo invitaba a superar cualquier problema. Y, luego, vivió también las tensiones raciales, la guerra de Vietnam, la aparición del SIDA o la anulación de la cultura por el consumismo.

La biografía de Benjamin Moser permite repasar los hitos de esos años, que marcan también nuestro presente. Sontag pertenece a una generación que respeta aún las grandes obras consagradas por el canon. Sin embargo, advierte los cambios que se producen a su alrededor y los observa con simpatía. Como ella misma dice, si tuviera que elegir entre Dostoievski y el rock, optaría por Dostoievski, pero ¿por qué no quedarse con ambos? De acuerdo con los nuevos tiempos representa al intelectual que no renuncia a ser popular como muestran sus fotos con Lennon o con Jacqueline Kennedy. Entiende que las grandes causas hay que defenderlas también en los diarios y en las portadas de las revistas, y abre una esperanza frente al continuo envejecimiento de lo académico.

Sontag nos muestra sobre todo que el intelectual se construye en torno a la capacidad para rectificar sus propios errores. En un tiempo, denunciaba los crímenes de EEUU en Vietnam, pero era capaz de creerse que en Hanoi o en la URSS se respetaban los derechos humanos. Con los años, pasó de no querer ver una parte de la realidad a criticar a García Márquez por su apoyo a Cuba y se preguntó si hasta los lectores del Reader's Digest estaban en realidad mejor informados sobre lo que pasaba en la URSS que los sesudos intelectuales, como ella misma, que negaron la existencia del Gulag.

En ese caminar hacia el liberalismo y en el duro reconocimiento de sus propios prejuicios reside, sin duda, su legado. Con sus luces y sus sombras su mayor aportación se encuentra en su implicación personal para defender a Salman Rushdie o para permanecer en Sarajevo y denunciar el genocidio en los Balcanes. Su propia vida confirma la fuerza y la debilidad del ser humano. Zarandeada por las heridas que pueden provocar el sexo, la familia o las enfermedades, fue capaz, a su vez, de convertir sus contradicciones o su lucha particular contra el cáncer en una reflexión lúcida para los demás. Ahí se encuentra la herencia que Susan Sontag nos deja como intelectual y como persona

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