Mientras el mundo gira

andrés caparrós

Taras

En definitiva: la inviolabilidad del Rey, tentación irresistible para él

Es verano, y leo lo que dijo Julio Anguita poco antes de morir sobre la inviolabilidad del Rey Juan Carlos reconocida en el Pacto Constitucional: "Un inmenso error que ha dado alas a un pícaro". Irrebatible, fue un error inmenso. Y cuando la justicia lo certifique, si tal cosa ocurre, habrá que darle la razón al ilustre cordobés en su calificación de pícaro. Pero, como él solía decir , "maticemos, pongamos los puntos sobre la íes". Mirando hacia atrás desde la atalaya de hoy, hay que reconocer que La Constitución nació tarada. Con dos taras que cualquiera puede ver. La primera, esa, la inviolabilidad del Rey, la "manga ancha" para que hiciera lo que le diera la Real gana. Porque la de la venalidad es una propensión del ser humano; español, principalmente. Y a la sangre azul, según parece, también le afecta esa "debilidad" del vulgo. Los Padres de La Constitución debieron contar con que ser pícaros va, o viene, en nuestra condición y tradición; y con que, si Juan Carlos I cobraba comisiones, quienes tienen afanes de grandeza y de riqueza iban a hacer lo mismo dando por hecho que tal precedente los exculparía, y que sería posible y hasta fácil arrimarse a la buena sombra de ese árbol para medrar en la "sociedad del pelotazo" - así definida en su momento por Carlos Solchaga - En definitiva: Inviolabilidad del Rey. Tentación irresistible para él. Trampa en la que, supuestamente, cayó, sin reparar en su valor y responsabilidad como referente moral. De manera que ha sido, o ha podido ser, ejemplo y acicate para los avariciosos empresarios, y avariciosos políticos. Estos, los políticos avariciosos, han saqueado las arcas públicas en las aduanas del 3, 10 o 20 % que las empresas candidatas a una obra pública tenían que apartar para ese eufemístico concepto contable de "forzar voluntades". La segunda tara de la Constitución es la Ley Electoral que, con menos cantidad de votos que otras formaciones de implantación nacional, permite a los partidos independentistas tener mayor representación en el Parlamento Nacional, donde sólo persiguen su objetivo: romper la unidad de España. Este agravio comparativo ha condicionado la estabilidad de los sucesivos gobiernos que han tenido que hacer concesiones en el mercadeo político, para beneficio de los partidos y sus dirigentes; quienes, como Jordi Pujol, han ido creando organizaciones criminales (así definidas por la justicia) mediante el control de los medios públicos de comunicación a través de los cuales erosionan las bases de nuestra democracia y dinamitan la pacífica convivencia en Cataluña y el País Vasco. También me preocupan las tres tormentas que nos quitan el sueño: los contagios galopantes de coronavirus sin nadie al mando que sepa cómo afrontarlos, el desastre económico que niega el Presidente con poca convicción y mucho interés electoral, y el empeño irritante de Pablo Iglesias en acabar con la monarquía, acuciado como está por el aliento del Tribunal de Cuentas en su nuca, "y en sus cuentas". Así que, como decía el manco de la partida de póker, paciencia y a barajar… mientras el mundo gira, en verano.

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