Tecnócratas y fontaneros

Aznar me recordó uno de los ejemplos célebres sobre la fabricación de emociones sociales

Será cosa de la edad, pero algo de pena me dio J.Mª Aznar, el otro día en la Sexta, excusando su credulidad, el pobre, por haberle engatusado G.W.Bush, en 2003, para embarcarlo en la guerra de Irak. Un candor del que nadie anda libre, visto el poderío influenciador, ya individual ya colectivamente, en boga. Vean que el hombre con más poder hoy en el gobierno acaso sea un sociólogo, I. Redondo, que opera con cientos de asesores a su cargo, en departamentos varios de Planificación, Análisis y Estudios o de Seguimientos: un plantel de tecnócratas faenando de fontaneros de una opinión pública, que saben manipulable. Y que quien les paga, querrá manipular. Lógico. Por eso Aznar me recordó uno de los ejemplos célebres sobre la fabricación de emociones sociales (hay muchos, ¡ay!) como fue el ideado en tiempos de G.H.Bush, padre, para iniciar la Guerra del Golfo, allá en los años 90, con el aplauso popular enardecido. Lo versiona R. Sapolsky (Compórtate, pág. 874), recordando cómo tras la invasión de Kuwait por Irak, la sociedad americana quedó impactada por la historia que contó ante el Congreso una niña, llorosa, de 15 años, refugiada kuwaití y testigo, dijo, del saqueo en un hospital, por soldados iraquíes, de las incubadoras de cientos de bebés prematuros que murieron sin remedio. La conmoción social, fue clamorosa y el drama se invocó por senadores y el propio presidente para justificar la intervención militar americana que castigara el sadismo iraquí. Años después, sin embargo, se supo que el episodio de las incubadoras no había existido, que la niña aquella, nunca estuvo en ningún hospital, ni era refugiada, sino la hija del embajador de Kuwait en EEUU., y que el relato había sido ideado por publicistas contratados por los kuwaitíes y sus socios americanos. Documentada la falsedad, la historieta fue borrada de los anales del Congreso. Pero la guerra ya había logrado sus objetivos, económicos, tras redirigir y desaguar el odio popular en los Otros, sobre los iraquíes demonizados en aquel caso. Algo parecido a los españoles, en ciertas comarcas catalanas o vascas y …, en fin. Una tecnocracia propagandística que gestiona nuestras empatías y odios, cada día con mayor persuasión y ante la que estamos inermes y sin más defensa que la que nos pueda facilitar una prensa libre que nos ayude a descreer de versiones tóxicas y nos habitúe a contrastar criterios. Y a usar el sentido común.

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