Temperamento, carácter y personalidad

¿Qué diferencia existe realmente entre estos tres conceptos? ¿Cómo se definiría usted como persona?

Es un hecho: igual que cada verano estamos obligados a soportar los rigores de la canícula así nos azotan los medios de comunicación, periódicamente, con descripciones baratas sobre los rasgos de personalidad que tienen determinados individuos que pasean por el candelero del momento. Con tanta desinformación pública se me ocurre que pudiera resultar interesante aclarar algunos conceptos y en alguna otra columna profundizar sobre nuestros rasgos de personalidad y los de la gente con la que nos relacionamos.

¿Cómo se definiría usted como persona? ¿Qué rasgos destacan de su carácter? ¿A qué nos referimos cuando decimos de alguien "que tiene temperamento"? Estas preguntas son sencillas de formular pero no tanto de responder. El término personalidad procede del vocablo latino "persona". Esta hacía referencia, originariamente, a la máscara que usaban los actores en el teatro clásico. En un principio el término "persona" sugería la pretensión de adquirir unos rasgos diferentes del individuo que se hallaba tras la máscara. Con el devenir del tiempo el término "persona" perdió la connotación de pretensión y se adecuó a significar no la apariencia sino a la persona real y sus singularidades intrínsecas. La evolución final del término personalidad se sumerge en el mundo interno, pocas veces iluminado, con la intención de recoger tanto la realidad externa del individuo como los rasgos más ocultos. Hoy día nos referimos, por tanto, a la personalidad como a la constelación completa de particularidades psicológicas que se expresan en todas las áreas de nuestra vida.

La personalidad suele confundirse con dos términos relacionados con ella: carácter y temperamento. El carácter alude a las características adquiridas durante nuestro crecimiento y lleva asociado un elevado grado de conformidad con las normas sociales. El carácter se refiere a nuestra naturaleza animal civilizada. El temperamento, por el contrario, no recoge la siembra de la socialización sino que enraíza en una disposición biológica básica hacia ciertos comportamientos. Es el sustrato genético de la conducta y puede observarse en el estado de ánimo predominante o la intensidad con que se expresa la emotividad. Vemos entonces como estas tres dimensiones que en la práctica se confunden no son, ni por asomo, sinónimos. Cabría resumir que el temperamento se hereda, el carácter se construye y la personalidad se conquista.

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