Terremoto de año nuevo

Un terremoto en año nuevo, además de perturbar el alterado sosiego de los días, da para otras disquisiciones

Los terremotos traen sustos o tragedias mayores muy de tarde en tarde, si bien quien los sintió los recuerda siempre, más aún si hacen temblar la tierra el día de Año Nuevo, donde todavía están bien afirmadas las buenas intenciones, los venturosos propósitos, los deseos felices, que la fuerza de la costumbre, de la tradición, del salto señalado del calendario, cada doce meses, lleva a una convención expresiva, donde lo mimo cabe la prosperidad que otros deseos ideados por un jocoso ingenio. Por eso un terremoto en Año Nuevo, afortunadamente sin desgracias mayúsculas, perturba el alterado sosiego -parece una contradicción, pero no lo es- de los días. Ya que, por trastornado o inquieto que pueda resultar el curso de los estos, cierto es que trascurren con la quietud mayor de la tierra en calma. Y el miércoles, a pocos kilómetros de profundidad, se gestó en Almería el temblor que a más de uno despertaría en pleno sueño, tras una madrugada de cotillones y celebración.

Cabrá pensar, asimismo, que el año nuevo comenzó bien pronto venturoso, ya que pudo aminorar el movimiento sísmico y solo le permitió que repartiera algún que otro susto nervioso, de esos que se contarán dentro de muchos años con las recreaciones que la memoria se permite en el argumento de los recuerdos. Ahora bien, estrenar el año con un temblor de tierra acaso sea premonición de mal fario, un aviso sin traición para mantener la guardia alta y no descuidar las prevenciones. Replicó Sancho a Don Quijote, con el particular raciocinio del escudero: "Es el caso que, como vuestra merced mejor sabe, todos estamos sujetos a la muerte, y que hoy somos y mañana no, y que tan presto se va el cordero como el carnero, y que nadie puede prometerse en este mundo más horas de vida de las que Dios quisiere darle". Mentar a la parca tiene lo suyo y estábamos solo con los inocentes sustos de un terremoto ajeno a los cataclismos. Sin embargo, cuando los acontecimientos o sucesos -verdad que en distintos grados, como la escala de los terremotos- se cruzan en el camino de los días, llevan a la disquisición sobre lo que pudo haber sido y no fue. O al intenso cortoplacismo del a vivir que son dos días. Incluso al inoportuno y coloquial -lo uno no lleva a lo otro- pésame del no somos nadie.

De modo que firmes y sin temblores las buenas intenciones del año nuevo, que se formulan para vivir mejor e incluso quedar a salvo de los terremotos.

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