Tiempo de Navidad

Si bien cualquier tiempo pasado no fue mejor, verdad es que encontraba, años atrás, complicidades más felices

Todavía no ha comprobado si tuvo algo de suerte con los décimos de la lotería porque más le seduce la expectativa del azar, bien improbable, que la cantarina mañana del sorteo y, sobre todo, la explosiva alegría de para quienes -de ahí que parezca posible- la suerte no fue esquiva. Y aunque, en todo el año, no participa en ninguna clase de juego o apuesta, sí lo hace de manera algo descontrolada en Navidad por aquello de tener los décimos por delante donde de forma ordinaria suele estar o pasar o, de modo extraordinario, por algún viaje, también encontrarlos. Será la costumbre, la tradición o ese pellizco del por si acaso o del que les toque a otros que tie-ne cerca. Pero ahora, días después, cuando la Navidad atravesó el pórtico de los bombos de la lotería y el villancico de los números ensartados en los alambres, se dice que no comprará déci-mo alguno para la consolación del sorteo del Niño, ya que las expectativas truncadas suelen hacer más juiciosas las entendederas de la razón. Algo así le pasó con la Nochebuena, más herida por las ausencias que animada en la celebra-ción, más proclive a los recuerdos que a la materia de los días presentes, acaso fiesta más im-puesta que esperada en el señalado calendario de las tradiciones. Por eso la semana que se abre hasta Nochevieja le parece un tiempo más extraño que gozoso, un paréntesis de tiempo sujeto a la determinación de los calendarios, una coyuntura predispuesta por el tiempo que a la vez se cierra y se abre con el salto de los años en el almanaque de la vida. Sin embargo, no es dado a proponerse buenas intenciones engañosas, ni confía en que la declaración de los brindis perduré más allá de una emotividad inducida. Se pregunta, además, si hacerse mayor tendrá algo que ver con esto, o si acaso se acrecienta esa ligera y disimulada misantropía con la que no suele estar incómodo. O si es que una devaluación de lo genuino hace de las suyas también con la Navidad y, por ello, todo parece más artificial o condicionado. Si bien no comparte que cual-quier tiempo pasado fue mejor, sino quizás distinto, verdad es que encuentraba, años atrás, más entrañables y felices complicidades. Por eso mira la fotografía del padre que ya no está y ha abierto una caja bien guardada, con muy pequeñas figuras de un belén sudamericano que colo-ca al lado, como una invocación para que el misterio le asista y la felicidad, además de producto de la magia, sea una sencilla, y por eso grande, razón de los días.

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