Mientras el mundo gira

Andrés caparrós

Tiempos de guerras

Ojalá seamos capaces de abrir los ojos, los hijos de la postguerra sabemos cómo fue aquella desolación

Obviamente son varias las guerras abiertas y en este país que todavía se llama España: la de Más y Puidgemont - el que dijo que venía aunque no quería y que lo dejaría en un par de semanas - ; la de los comunistas y los conservadores independentistas de Cataluña; la de los infieles podemitas hartos de comulgar con las ruedas de molino que reparte el sumo sacerdote. Infieles que esperan la hora de la venganza sentados a la puerta de sus exilios, en el gallinero del Congreso o en otras orillas; la del PSOE, desmentida pero soterrada, porque es inconcebible que por muy gratificante que sea el abrevadero de un escaño o una alcaldía, no haya disentimiento recóndito ante las caprichosas y peligrosas derivas de Pedro Sánchez; la del propio Presidente y el Vicepresidente, cada uno en su barricada atacando juntos de día el frente constitucionalista, y de noche, maquinando en conciliábulo con sus asesores, cuándo y cómo eliminar al aliado impuesto por las circunstancias.

Y cuarenta y cinco millones de guerras más. Las que nos enfrentan a cada uno de nosotros con la emergencia de sobrevivir al miedo, la incertidumbre, la impotencia, la orfandad, la deriva en que va el barco del mundo por la mala mar de la pandemia.

Y ante este panorama, ¿cómo es posible que el Gobierno no vea la prioridad que todos vemos? La frivolidad de las vacaciones de agosto cuando había tanto que prevenir, de culpar a los españoles por su propensión a los abrazos y a los botellones, él, que disfrutaba tanto en las noches marianas de la "movida" mojaquera; el descaro de señalar la incompetencia de las administraciones autonómicas propias o ajenas - más la de las ajenas, claro - ¿Qué gobernante del mundo puede evidenciar semejante mala fe o semejante estulticia?

Y el colmo: prohibir al Rey que presida en Barcelona el solemne acto institucional de la entrega de despachos a los nuevos jueces. ¿No era previsible que el CGPJ mostrara solidaridad con el Rey, y moderado enojo por su enésimo ninguneo? ¿A qué viene ahora la llamada a la calma "de todos" que hace la Vicepresidenta Calvo? Ha sido el Gobierno el que con su gran torpeza ha ofendido no sólo al Felipe VI, ha despreciado al poder judicial y ha aventado el clamor de la gran mayoría de los españoles resonante en las redes sociales. Es el Gobierno el que está haciendo añicos la marca España que, por más que les moleste, representa y pese a todo mantiene con honor y prestigio, El Rey.

Ojalá seamos capaces de abrir los ojos. Los hijos de la post guerra sabemos cómo fue aquella desolación; el dolor inacabable de la sangre derramada entre vecinos y hermanos. Cuidado muchachos; el cuento que nos cuentan los actuales agitadores del avispero político, de que aquello no se va a repetir, es eso, un cuento peligroso que vuestros padres y abuelos ya sabemos, ya sufrimos. Y ya no creemos.

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