¿Tomamos un café?

El mostrador nos iguala. El mismo vaso da de beber a pobres como a ricos, a jóvenes y mayores

P OR fin, ya podemos. Con la distancia social, pero ya podemos al menos salir de la clausura. El benigno clima que nos envuelve, nos da pie a sentarnos en una terraza. Poco a poco volveremos a la auténtica normalidad y poder decir…

…Qué bien sienta cada día entrar en la cafetería y pedir "mi café, como el de todos los días". Cómo entona el cuerpo y de paso el espíritu. Cómo, tras los saludos habituales, nuestro ánimo se dispone al encuentro y la conversación.

Una cafetería es un pequeño mundo o es un mundo en pequeño. Pasan por ella a diario gentes de toda edad y condición (en las cafeterías puede haber a la misma hora un "grupo de cotorros y cotorras" a cual habla más fuerte). Unos buscan asiento entre las mesas y pasan el tiempo con el crucigrama y el sudoku; otros, con más premura, apoyados en la barra, ojean las noticias del periódico antes de integrarse de nuevo a sus quehaceres. Hay quien discute sobre fútbol. Hay quien no pestañea atento al móvil. Hay quien con la mirada perdida deja pasar el tiempo.

Los camareros, siempre atentos, van sirviendo a la clientela amablemente, moviéndose de un lado para otro del amplio salón. Maestros en el oficio, escuchan, memorizan, sonríen, sirven, en un rito ordenado y sistemático. Con qué paciencia, responden, aconsejan. Qué bien saben hacerlo, qué variedad de formas: un solo cargado, un corto de alegría, media tostada de aceite, un zumo de esperanza, café con leche desnatada y media de tomate, una infusión de roiboos, un sándwich vegetal…

Hay mesas de costumbres, donde casi a la misma hora se juntan amigos a tomar su café y a sus charletas cotidianas. Mesas donde las madres esperan, mesas abandonadas que esperan un cliente novedoso, uno nuevo. La cafetería es un servicio galante, un intercambio de edades, pareceres, cortesías. Un lugar para que todos encontremos el acomodo.

El mostrador nos iguala. El mismo vaso da de beber a pobres como a ricos, a jóvenes y mayores, nutre ilusiones y consuela penas, serena los afanes inmediatos y da un respiro a los asuntos que nos apremian.

Una cafetería ve pasar a través de los cristales el trajín ciudadano: los coches, las lluvias y los soles, patinetes, ambulancias, transeúntes. Es la vida que cruza antes sus ojos, mirando hacia delante y, a veces, de reojo, el sosiego que se respira en su interior siempre que reine la tranquilidad entre sus moradores.

Que, ¿tomamos un café?

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