Trabajadores invisibles

Esta crisis ha certificado la quiebra del discurso oficial y su distancia de la realidadEn estos días de cifras espeluznantes que hielan nuestros corazones, es muy complicado el optimismo

Hace unos años, en una ceremonia de imposición de becas, se dejó caer una reconvención a la Universidad por mandar mensajes con las notas a las tres y pico de la madrugada. Les contesté que nuestros sistemas estaban programados para hacerlo en el momento mismo en que el profesor terminaba de calificar y cerraba las actas, conque también podían considerar que a esas horas de la noche alguien estaba perdiendo el sueño para hacer su trabajo.

Esta crisis ha certificado la quiebra del discurso oficial y su distancia de la realidad: quienes antes defendían adelgazar el Estado ahora piden a gritos más servicios públicos; la mejor sanidad del mundo carecía de personal y recursos y están cayendo unos tras otros porque anteponen el juramento hipocrático a la hipocresía institucional; los centros educativos, que eran TIC por decreto, se han encontrado con sobredosis de órdenes, falta de medios y un profesorado al que no se le ha dado formación tecnológica más allá de un par de nociones de pizarras digitales y presentaciones. Las personas del mundo real, en fin, han demostrado ser más capaces que sus dirigentes. Cuando se decretó el cierre de las aulas (no la suspensión de la docencia) y el paso de todos los sistemas a teleformación, no hubo quejas entre el profesorado, sino una marea de voluntad. Se les ha ordenado hacer su trabajo desde casa sin decirles qué, cómo ni con qué y lo están haciendo. Prestando más atención a sus estudiantes que a sí mismos, los profesores se han lanzado a inventarse todo un sistema de formación improvisado: con jornadas interminables, con sus propios ordenadores, con las conexiones a Internet de sus propias casas y hasta dando sus números de teléfono personales. No se han quejado de los botarates que los acusaban de estar de vacaciones otra vez ni de que las autoridades hablen de los estudiantes y de las familias y oculten a los profesionales de la educación.

Los han ocultado, sí. Otra vez se ha despreciado a los docentes. Sin profesores intentando que aprendan algo, los escolares y la España de pasado mañana sufrirán los efectos aplazados de la epidemia de hoy: su trabajo rinde frutos a largo plazo y sin él no hay futuro. Cuando vean que su criatura tiene deberes, les pido que hagan un pequeño esfuerzo. Piensen que al otro lado de la pantalla hay un docente intentando cumplir con su deber: seguir formando a la generación que nos sustituirá.

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