Trabajar en casa

El trabajo en casa puede ser un imprevisto bien que atenúe las inesperadas y asustadoras maldades del coronavirus

Quienes se buscan las habichuelas sembrándolas -una forma de considerar a cuantos se ocupan de las diversas labores del campo-, poco juego tienen con el teletrabajo, aunque ya se disponga de drones que pueden estar pendientes de los cultivos. Ni los dedicados a faenas de la construcción, aunque las impresoras 3D sean capaces de levantar una casa prefabricada por arte de birlibirloque tecnológico. Por eso no es una panacea, aunque lo parezca, recurrir al trabajo en casa como modo de sortear el contagio del coronavirus. Verdad es que algunas actividades profesionales no solo lo ponen fácil, sino que es más propio de su naturaleza acometerlas en las domésticas lindes de casa. Con trabadores normalmente motivados para la tarea y urgidos por cumplir los retos u objetivos que se acuerden. Generalmente, este trabajo en casa no está sujeto a las horas de las jornadas convenidas ni a las estipulaciones reguladoras de los convenios colectivos. Y quienes de este modo también se buscan el sustento -tal es la metáfora de las habichuelas- acaso disfruten de la flexibilidad en el trabajo, ya que pueden repartir las muchas horas de faena en periodos y momentos no sujetos a la convención del horario y las jornadas.

Pues bien, el refranero, aunque resulte ambivalente y controvertida fuente de autoridad, sostiene que no hay mal que por bien no venga. Una optimista manera de contemplar las contrariedades de la realidad, teniendo en cuenta la posibilidad, si bien se afirma de modo indudable, de sacarle bondadoso partido a los males. La pandemia del coronavirus -aunque empequeñecida cuando, con intenciones de sensatez informativa y preventiva, se la compara con la menos temible, pero parece que más malsana, gripe- es un mal no pequeño, siquiera sea por su extensión y asustadora novedad. Y las cuarentenas o prevenciones ante el contagio están favoreciendo alternativas a formas y maneras bastante inamovibles por la fuerza de las convenciones. El auge del teletrabajo figura entre ellas, pero una cosa es la opción voluntaria por ese modo de solventar la atávica, y bendita, maldición del trabajo, y otra la causa de fuerza mayor que altera las sagradas -es un decir- lindes del hogar, al convertirlas en espacio laboral, incluso con la rebajada indumentaria del pijama. Estos teletrabajadores, entonces, añorarán la convenida media hora del café, con su repertorio de desahogos, y acaso busquen, con extrañeza, el control de salida.

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