Trampas al solitario

No hay nada más fácil que el autoengaño. Ya que lo que desea cada hombre es lo primero que cree. Demóstenes (político griego)

Cuando alguien nos pregunta si somos listos o torpes, si nos consideramos honrados o taimados o bien si nos tenemos por trabajadores o perezosos la respuesta suele ser positiva para las cualidades deseables. Puede suceder que existan datos objetivos que argumenten en nuestra contra. Las notas de los exámenes son bajas, tenemos conflictos con otras personas a cuenta de nuestros engaños o bien nos presentan objetivos de empresa donde cotizamos a la baja. En esos casos accionamos una máquina que, por lo demás, solemos tener bien engrasada: el autoengaño.

¡La gente se equivoca, los exámenes no son un buen método para mesurar mi nivel intelectual, el jefe me tiene manía! Disparamos así nuestra batería de socapas baratas y no permitimos que la verdad franqueé nuestras puertas. Sabemos que ante cualquier encuesta subjetiva la mayor parte de la población se considera la que mejor conduce, la que más trabaja, la de mayor cociente intelectual, etc. En un imposible matemático queremos creer que nuestros dados siempre marcan seis cuando la realidad es que, en ocasiones, no sabemos bien ni cómo se juega.

Existe una línea fina entre el autoengaño y los mecanismos defensivos de nuestro aparato mental. Sin entrar en describir estos diremos que, a grandes rasgos, existen estrategias que usamos para mantener la autoestima en cotas razonables así como poder digerir la realidad cuando esta se presenta de forma masiva y correosa. Así resulta necesario elaborar progresivamente la aparición de una enfermedad grave o incurable o el fallecimiento de un familiar. Emplazándonos en un contexto menos lúgubre es igualmente preciso cuidar el concepto que uno tiene de sí mismo para no caer tampoco en el abuso de cilicio y flagelo.

No obstante aquí apuntamos a la ligereza con la que podemos pasarnos de guapos y listos. Es fácil recauchutar tanto una autoestima que deje de ser una herramienta para convertirse en un prodigio de falacia y trampas al solitario. Recuerden al Emperador desnudo. Encontrar el equilibrio no es sencillo y menos aún lo es revelar el secreto en unas cuantas líneas. Entre otras cosas porque tampoco conocemos a quien haya dado con la solución completa al misterio. Es posible que, como toda gran empresa, no exista nunca una meta absoluta a la que arribar. No consiste en llegar a ser el más sabio o el más honrado, nadie lo consigue. Pero sí tenemos que intentarlo cada día.

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