Trasplantes de España

Los empeños compartidos por el bien común atribuyen dignidad excelsa a la nación que sobre ellos se levanta

La autoestima no debe confundirse con la vanagloria o la jactancia, pero que España tenga, durante casi tres décadas, la destacada primera posición mundial en trasplantes de órganos, no solo es razón de autoestima, sino de un sano, especialmente en este caso, orgullo patrio. Sí, patrio, sin atropellos ni rechazos entre sus distintas tierras -qué son, si no, los países, las nacionalidades o las comunidades-, porque, también en este caso, los corazones tienes razones que la razón sí entiende. Corazones, pulmones, hígados, riñones, órganos que sostienen la vida, llegan de manera rápida, de unas comunidades a otras, sin distinción ni rango alguno, para atender las situaciones más críticas cuando una donación puede remediarlo. Por eso mismo, la Organización Nacional de Trasplantes es una señalada muestra de cómo resulta posible articular el interés común y obtener con ello sustanciosas ventajas generales. En los últimos cinco años, la tasa de donación de órganos en España ha alcanzado el mayor incremento de su historia: de 35,1 a 48 donantes por millón de habitantes. Número significativamente mayor que en Estados Unidos, con 31,7; Francia con 29,7; Irlanda con 20,8; Reino Unido con 22,5; Italia con 28,9 y Alemania con 9,7. Mientras que la media de la Unión Europea es de 22,3 donantes por millón de habitantes. Asimismo, la tasa española de trasplantes alcanza 114 por millón de habitantes, la más alta del mundo. La concienciación ciudadana, la cualificación profesional de cuantos intervienen en los distintos procesos de la donación y del trasplante y el más que satisfactorio ejercicio de la Organización Nacional de Trasplantes -subrayado sea ese carácter nacional- tienen mucho que ver con ello. Sin embargo, debería darse bastante más eco a evidencias tan palmarias como esta, no solo por clara y manifiesta, sino por subrayar, de manera tan necesaria, cómo una gran nación es capaz de dar lo mejor cuando no hay alteración alguna que afecte a lo que de verdad importa. No solo porque quienes viven en la cuenta atrás de los días atribuyen bien poca relevancia a las trifulcas que rompen la convivencia cívica con una aparatosidad radical, sino porque los empeños compartidos por el bien común engrandecen sobremanera, atribuyen dignidad excelsa a la nación que sobre ellos se levanta. Faltan muchos de esos compromisos mayores, pero los trasplantes de España son un espejo donde mirarse complacidos.

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